Esta historia relata una de las miles de intervenciones de una Unidad Policial ante un posible artefacto explosivo, veamos lo que sucedió… Eran las 9 de la noche, la luna apenas se había asomado y las estrellas titilaban cual luciérnagas en el firmamento chiclayano, el personal de servicio de la Unidad de Desactivación de Explosivos (UDE), se encontraban, algunos fumando, otros atentos a las hermosas mujeres que por ahí circulaban, otros cumpliendo atentamente su servicio, cuando una llamada telefónica vino a “revolucionar” el macizo local policial. - Aló, buenas noches, Policía Nacional a sus órdenes, se le escuchaba decir al Comandante de Guardia, un veterano y todavía ágil policía. - Señor, es una emergencia, estoy hablando desde Lambayeque, al otro lado de la línea se escuchaba una voz masculina de hablar pausado y nervioso, frente al Museo Brunning han dejado un paquete, su voz casi temblaba, creo que es una bomba. El Comandante de Guardia tomaba nota de todos los datos, a veces hacía preguntas y más preguntas, con la finalidad de verificar la información. Corría los días y meses del año 85, la subversión en nuestro país estaba ocasionando estragos en la Policía Nacional, Fuerzas Armadas, en la población civil y en los lugares públicos. La población vivía atemorizada por los constantes apagones y las acciones terroristas, la UDE – PNP., tenía bastante trabajo. Esa noche iba a ser una larga jornada. Se le dio cuenta de esta novedad al Oficial de Servicio. - Que esté lista una unidad móvil con personal de la UDE, ordenó. Al momento cuatro efectivos de la UDE, el Oficial de Servicio y su adjunto, luego de revisar todo el equipo necesario para estos menesteres y de persignarse, en estos casos Dios es el único que los protege, abordaron la camioneta RAM CHARGER de color verde, verde como el color de la esperanza, esperanza de regresar con bien, sanos y salvos, de esta patriótica, pero peligrosa labor. Salieron por la avenida Balta, con circulina y sirena funcionando, a toda velocidad, abriéndose paso por la avenida Bolognesi hasta la avenida José Leonardo Ortiz y luego doblaron por la avenida Salaverry, rumbo a la ciudad evocadora. Los vehículos que a esa hora se desplazaban a Lambayeque, y que estaban acostumbrados a esta clase de hechos, abrían camino para que la unidad policial llegase prontamente a su destino: salvar vidas y proteger la propiedad pública y privada. La camioneta se estacionó entre las calles Huamachuco y Atahualpa, casi a la entrada de la ciudad, los policías del Destacamento del Museo ya se encontraban acordonando el lugar. Los recibió un Suboficial quien les indicó el lugar exacto donde se encontraba el “paquete maldito”. La fachada era de color celeste, de material noble, de un piso, se observaba un jardín amplio, rodeado de rejas, daba la impresión de ser una cárcel. En una parte de la reja estaba colgada una bolsa de tela color oscuro, oscuro como su contenido. El personal de la UDE., tomó su emplazamiento, mientras bajaban de la camioneta sus implementos uno de ellos se acercó con sumo cuidado, en puntas de pie, como cuando los maridos llegan tarde y borrachos a sus casas para que no los descubra la señora, y observó detenidamente aquél, aparentemente inofensivo, peligroso paquete. Para la desactivación de un artefacto explosivo, se siguen dos técnicas: por la desactivación de sus componentes, fulminante, cordón detonante, mecha lenta; y por destrucción, consiste en colocar un fulminante y mecha lenta al paquete y hacerlo explotar en un lugar donde no cause daño. El más antiguo del grupo ordenó traer el gancho para jalar el paquete, pensaba que al jalarlo éste explotaría, dos del grupo se acercaron sigilosamente y elevando una plegaria al todopoderoso colocaron el gancho, jalaron y por instinto de conservación se arrojaron al piso para cubrirse de una posible explosión. Pero nada. No había explotado, el peligro seguía latente. Fue entonces que se tomó la decisión de cortar las amarras que lo sujetaban a las rejas, con la finalidad de que al caer explote. Uno de los integrantes de la UDE, al ser ordenado que realice esta maniobra, por ser el más “palillo”, el menos antiguo, objetó: “Yo soy soltero, que vaya otro, al menos déjenme conocer a mis hijos, a mi todavía no me llaman papá”. Entonces se escuchó una voz que decía: “PAPA”. Y los demás al unísono le gritaron: “Ahora si puedes ir, ya te llamaron papá”, causando la hilaridad de los presentes en ese tenso momento. Todavía sonriendo, se encaminó al paquete, sereno, tranquilo, tratando de no cometer errores, pues, su primer error sería el último. Respiró profundamente, estiró la mano con la navaja, cortó las amarras, el paquete cayó pesadamente a la acera. No explotó. Estando el paquete en la vereda, se determinó desactivarlo por destrucción, se le colocó un fulminante con mecha lenta y se procedió a hacerlo explotar. Se escuchó un sonido no muy fuerte producto del fulminante, pero el paquete, cual terco animal, seguía igual. El oficial entonces dispuso subir el paquete a la camioneta con la finalidad de llevarlo a un lugar desolado. Luego, todos subieron a la RAM CHARGER. Nadie hablaba, claramente se escuchaban los latidos acelerados de sus corazones, parecían los tambores de guerra de una tribu amazónica. Al llegar a la entrada a Chiclayo, el oficial ordenó estacionar el vehículo a un costado de la carretera, después con un palo sacaron el paquete y lo arrojaron a un descampado. Todos retuvieron la respiración. Ahora sí explota, pensaron. Pero nada. Con la ayuda de un reflector alumbraron el paquete y uno de ellos se acercó resueltamente y de un tajo, lo cortó. Grande fue su sorpresa cuando descubrió que el paquete contenía: una botella rota con residuos de chicha, dos portaviandas con restos de comida, una cuchara, un mantel de costalillo de harina, todavía se podía observar, un tanto descolorida, la marca “Harina Santa Rosa”. Esta era la “bomba”, que los había hecho sudar la “gota gorda”. Abordaron la RAM CHARGER, alegres, carcajeándose durante todo el recorrido. Al llegar al local de la UDE., el personal de servicio, que esperaban ansiosos noticias de sus compañeros, se alegraron cuando los vieron llegar sanos y salvos. “Gracias a Dios, les fue bien”, pensaron. Siguieron al Oficial, quien en forma muy policial, se cuadró ante el Mayor, Jefe de Cuartel, y luego de saludarlo gallardamente, dijo: - Permiso, mi Mayor, artefacto explosivo conteniendo: una botella rota con residuos de chicha de jora, portaviandas con comida, cuchara y mantel, sin novedad. Una risa franca, sincera, alegre, solidaria, se escuchó por todo el local policial, contrastando con el silencio de la noche. Esta vez había sido Sin Novedad. |
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jueves, 30 de diciembre de 2010
La bomba bamba -- Pedro E. Payac Ojeda
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