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jueves, 30 de diciembre de 2010

Proyecto enomis -- Lodetti Simone

Proyecto enomis
Lodetti Simone



1

Eran ya las diez de la noche cuando, por fin, bajé del coche. Le di un vistazo por si acaso no estaba bien aparcado, y me encaminé hacia mi casa reflexionando sobre el trabajo que me esperaba el día siguiente. Como siempre, fue un día horrible: la prisa, los atascos, y sin hablar de un par de tontos con los que trato negocios todos los días. No conseguí relajarme mucho andando por esa breve distancia, y cuando llegué ante el edificio donde vivo, decidí detenerme un rato para fumar un cigarrillo; me habría ayudado a recobrar la calma necesaria para dormirme. Mientras fumaba, levanté los ojos al cielo, y me di cuenta de que la señora Sabiduría –así la llamamos en el barrio, a esa mujer, por todo lo que sabe y dice sobre cualquiera– estaba mirándome de reojo desde su piso en la tercera planta, y como no aguanto a esa cotilla, tiré medio cigarro al suelo con un gesto de enojo, y subí a mi apartamento por las escaleras; el ascensor siempre está estropeado. Después de subir cinco plantas a rastras, me dejé caer en la butaca ante la televisión. Pasé de un canal a otro durante media hora sin encontrar nada de interesante, así que me fui a la cama, aprovechando, también, de un repentino ataque de sueño.
Aún no eran las cinco de la mañana, cuando fui despertado, horriblemente, por el odioso sonido del timbre. Me levanté enseguida asombrado y asustado vista la hora. Me acerqué a la puerta sin hacer ruido, miré por la mirilla, y vi a dos hombres corpulentos parados en el descansillo. Me detuve un rato contemplándolos: el mayor aparentaba unos cincuenta años, mientras el otro no parecía alcanzar los veinte.
Tocaron otra vez el timbre; sabían que me encontraba en casa.
–¿Quiénes sois? –pregunté yo.
–Abra por favor –dijo el mayor esgrimiendo lo que parecía un mandato de detención.
Abrí la puerta sin quitar la cadena de seguridad.
–¿Pues, qué pasa?
–Sería mejor que se lo aclaremos en casa –siguió el mayor.
Vacilé un rato antes de dejarme convencer a que entraran. Podía ser un engaño ¿si el mandato era falso? ¿Como podía reconocer la autenticidad de un documento que nunca había visto en mi vida? De todas formas, a pesar de tantas dudas, les abrí la puerta.
–¿Ahora puedo saber qué pasa? –pregunté otra vez, con más fuerza, mientras pasaban a mi lado.
–Nada, sólo tendría que seguirnos a la comisaría donde le harán algunas preguntas.
–Pero yo no he hecho nada –repliqué desconcertado.
–Todo el mundo dice así –dijo el más joven mientras cogía una manzana de la nevera.
Le dio un mordisco mirándome fijo en los ojos, como para demostrarme lo que su autoridad le permitía hacer incluso en mi casa.
–Iría a pudrirse –me dijo mofándose.
–¿Pero puedo saber que está pasando? Estoy perdiendo la paciencia.
–Tranquilícese señor, que todo se arreglará. Ahora se ponga algo de prisa y síganos. Nos están esperando abajo –dijo el mayor en tono casi amistoso.
Me conformé a esa absurda situación, y siguiendo las indicaciones del presunto policía, me puse un chándal y bajé con ellos.
Ante la puerta de entrada, un coche negro, que nunca había visto hasta aquel momento ni siquiera en las películas, nos estaba esperando. Me abrieron la puerta trasera para agilizarme a subir lo más rápido posible. Di una ojeada hacia mi piso, y me di cuenta de que la señora Sabiduría todavía estaba ahí, presenciando mi detención casi satisfecha.
El conductor arrancó el coche, y nos fuimos a toda marcha hacia la meta. Tardamos una decena de minutos en llegar. Bajamos del vehículo ante un viejo edificio, donde una joven policía me esperaba para acompañarme a mi destino. Llevaba una uniforme negra con rayas laterales amarillas. Nunca había visto antes una uniforme de ese color. Mi preocupación aumentaba cada vez más. No sabía de que estaba acusado, y aunque estaba seguro de mi inocencia, no estaba tan seguro de poderla defender. Llegamos ante la puerta del despacho del comisario donde tuve que esperar un rato. La mujer entró por su cuenta dejándome sin custodia. No pude oír lo que pasaba dentro. La puerta era tan espesa que no dejaba pasar ni un ruido.
–Pase, por favor –dijo la policía abriendo la puerta.
Entré bastante temeroso en ese despacho que parecía olvidado desde mucho del personal de la limpieza.
–Siéntese –dijo el que supuse fuera el comisario.
Me acomodé en el único asiento disponible.
–¿Usted tiene algo que decir para aclarar el asunto? –preguntó él.
–No sé, ¿si puedo saber de que asunto está hablando? –contesté buscando de guardar la calma.
–Ahora no puedo darle muchas explicaciones al respecto, a no ser que usted confiese por su cuenta.
–Pero yo no sé que debería confesar. No he cometido ningún reato y, con esto, no quiero seguir adelante con este interrogatorio –contesté esta vez con más vigor que antes.
–Entonces tendrá que compilar un simple formulario con sus datos personales, después de que podrá abandonar el edificio –dijo él manteniéndose tranquilo ante mi enfado.
Me puse a rellenar los blancos de un par de hojas que me entregó la joven policía que, hasta aquel momento, había quedado a mis espaldas sin decir una palabra; y después de firmarlas, sentí una aguja penetrarme en el cuello. Intenté reaccionar mientras iban a faltarme las fuerzas.
–¿Qué pasaaa.......

2

Me desperté en un lugar a mí desconocido. La cabeza me dolía como nunca. Con cuidado intenté averiguar donde me encontraba manoseando el suelo, y me di cuenta de que estaba tumbado en una superficie de arena. Esperé un rato antes de hacer un primer intento para levantarme. Era noche y la oscuridad era tan intensa que no podía ver más allá de unos pocos metros. Me resultaba más fácil distinguir el crujido de las olas y el murmullo de los árboles que, mezclándose, producían un sonido tan relajante que me dormí otra vez.
Cuando volví a despertarme ya me encontraba mucho mejor, y la luz del sol que ya era alto en el cielo era la ayuda que necesitaba. Hice un esfuerzo para ponerme de pie luchando contra no pocas dificultades. Todavía me encontraba un poco aturdido; a lo mejor había dormido mucho más que de costumbre. Di un vistazo a mi alrededor; el panorama era estupendo, pero aún no entendía como me encontraba en ese paraíso. El vacío me llenaba la mente. Lo único que recordaba, era que antes de que me durmiera me encontraba en la comisaría de policía y nada más. Empecé a moverme con cuidado para desperezarme las piernas, y me di cuenta de que algo extraño me abrazaba el cuello. Al tocarlo parecía un collar y, tan pronto como intenté quitármelo, sentí una ligera descarga eléctrica que me obligó a renunciar. Un objeto en el suelo me llamó la atención. Era una carpeta con mi nombre escrito en carácteres cubitales. La recogí con curiosidad para luego sacar su contenido que se limitaba en un libro de supervivencia y algunos documentos que, aunque sospechaba la importancia, la confusión que reinaba en mi cabeza me sugirió aplazar la lectura a otro momento. Observé el mar sin alejar la vista de la orilla, y me fijé en un muelle. Era tan pequeño que sólo habría podido hospedar embarcaciones de menudo tamaño; probablemente no era un lugar destinado a vacaciones.
Decidí dar una vuelta y, una vez elegida al azar la dirección, me puse en marcha andando por la playa. Hacía mucho calor y la humedad empeoraba la situación. El agua estaba tan limpia que me habría dado un baño, pero no me parecía el momento más oportuno, así que me adentré en el bosque que surgía a una decena de metros de la orilla del mar. Los árboles eran muy altos y, en el medio de ellos, la sombra proporcionaba un aire tan fresco que alimentaba en mí el deseo de proseguir en esa excursión. Un repentino crujir de hojas me dejó petrificado. Había algo detrás de un césped que no se atrevía a salir. Lancé un grito para estimularlo a moverse, y salió como un bólido un enorme jabalí que sin parar, desapareció de nuevo entre la espesa vegetación. Me temblaron las piernas durante varios minutos después del susto cogido. Seguí fijándome en el mismo césped, divisando un poste de hierro disimulado entre las hojas. Era alto por lo menos tres metros, y me era imposible ver el interior de la esfera de cristal oscuro puesta en su cumbre. Volví a moverme con más cuidado que antes, contemplando todo lo que surgía a mi alrededor, para darme cuenta de que eran varios los postes hincados en el suelo, y no podía imaginar su utilidad en este lugar.
Fui cogido de asombro al oír unos ruidos procedentes del interior del bosque. El miedo se apoderó de mí, pero la curiosidad era tan fuerte que me adentré más para descubrir de que se trataba. El corazón me latía como nunca. A la medida que me subía la adrenalina, el miedo desaparecía. Ya me sentía un valeroso explorador; igual que Indiana Jones. Sólo tenía que moverme con cuidado; no debía hacerme descubrir, pero no transcurrió mucho rato desde el principio de mi misión, que ya estaba patas arriba; atado por los tobillos a la rama de un árbol.
–¡Qué desastre! –pensé mirándome los pies.
La delusión por el fracaso me volvió a la realidad:
–¡Indiana Jones! ¡Ja! Incluso Don Quijote habría hecho mejor... ¡Un desastre! Eso eres, ¡un maldito desastre! –dije regañándome entre los dientes.
Aún no había pensado en como librarme, que brotaron a mi alrededor unos chicos menores de edad riéndose de mí. Me alivié ante esa situación que olía más a burla que a peligro; efectivamente, fueron muy amistosos conmigo. Me libraron enseguida de esa trampa que, como me explicaron más tarde, habían maquinado para la captura de jabalíes. La sangre me había subido a la cabeza por causa de aquella insólita postura. Uno del grupo tuvo que sostenerme un rato para que no me cayera, y cuando me restablecí, recuperé la carpeta que se me cayó durante el vuelco y fui con ellos al campo.
Recorrimos un sendero bien marcado en el suelo, por más de una hora, antes de dejar la sombra del bosque. El cambio con la luz del sol fue violento, y tuve que protegerme los ojos para poder observar este extraño lugar. Habían sido cortadas unas cuantas plantas, para crear un enorme hueco entre la vasta vegetación por la que estaba rodeado: cinco carpas de distintos colores ocupaban un lado de este espacio y unas cuantas casetas el otro; al centro las mesas daban forma a un cuadro de rayas, y las mujeres, sentadas en ésas, se afanaban en varias tareas. No veía alrededor muchos hombres. De repente, una mujer joven y guapa se acercó sonriendo como para darme la bienvenida a este campamento.
–Buenas días –dijo ella con una espléndida voz–. Lo siento mucho que no haya sido recogido por nadie en la playa. Ha sido un descuido. Pues, ¿ahora tiene hambre?
–Sí –contesté yo todavía incrédulo por lo que me estaba sucediendo.
Su belleza era tal de emocionarme hasta ponerme colorado. Intenté sin éxito disimular mi emoción evitando su mirada.
–Venga, la llevo a su asiento donde podrá comer un plato de arroz caliente.
–Muchas gracias, es usted muy amable –repuse yo.
–Es mi deber –dijo ella dirigiéndose hacia la mesa.
Me hizo sentar en un asiento donde ya me esperaba la comida.
–¡Qué aproveche! –dijo para despedirse.
–¡Disculpe! –exclamé antes de que se fuera–. ¿Usted sabe algo sobre mi presencia en este lugar? Y sobretodo, ¿qué es este lugar? –pregunté esperando hubiera podido aclarármelo todo.
–¿Pues, todavía no ha leído su documentación? –me preguntó extrañada.
–Si se refiere a ésta, aún no –repuse yo mostrándole la carpeta.
–Pues, tendría que leerla, y si le quedaran algunas dudas no tenga miedo a preguntar. De todas formas, yo vivo en la última caseta azul. Pero ahora coma que se le pone frío el arroz –dijo marchándose.
Comí con mucho gusto. Estaba hambriento como nunca. Habría comido mucho más que aquel único plato, pero no quise aprovechar de tanta hospitalidad, así que dediqué ese momento de descanso a satisfacer mi curiosidad: abrí la carpeta, saqué los papeles y empecé a leer:

PROYECTO ENOMIS
EL PROYECTO ENOMIS, QUE TOMA EL NOMBRE POR SU IDEADOR, ES EL NUEVO SISTEMA CARCELARIO QUE PERMITIRÁ A LOS GOBIERNOS PARTICIPANTES EN ESTO, DE LIBERARSE DE LOS GASTOS DEL VIEJO SISTEMA QUE DESDE SIEMPRE HAN SIDO UN PROBLEMA ENORME PARA LA ECONOMÍA DE UN ESTADO. NUESTRA IDEA ES LA DE SACAR A LOS DETENIDOS DE LAS VIEJAS CÁRCELES PARA TRASLADARLOS A LAS ISLAS DEL PROYECTO, QUE HEMOS ELEGIDO DE GRAN TAMAÑO, CON EL FIN DE ACABAR PARA SIEMPRE CON EL PROBLEMA DEL ESPACIO. EL AUMENTO DE LA CRIMINALIDAD EN LOS ÚLTIMOS AÑOS HA MOSTRADO TODOS LOS LÍMITES DE CAPACIDAD DEL ANTIGUO SISTEMA, CAUSANDO LA LIBERTAD INJUSTIFICADA DE PELIGROSOS CRIMINALES Y, POR CONSIGUIENTE, CREANDO MUCHOS PROBLEMAS DE SEGURIDAD EN LA SOCIEDAD. LAS ISLAS ADEMÁS DIFIEREN ENTRE ELLAS POR VARIOS ASPECTOS QUE FACILITAN O DIFICULTAN LA SUPERVIVENCIA Y, POR ESO, HAN SIDO CLASIFICADAS EN CINCO NIVELES DIFERENTES; ASÍ QUE PODEMOS ELEGIR POR CADA DETENIDO, SEGÚN LA GRAVEDAD DEL CRIMEN COMETIDO, LA ISLA MÁS APROPIADA.
USTED AHORA SE ENCUENTRA EN LA MÁS HOSPITAL DE LAS ISLAS (EL PRIMER NIVEL); SU TRASLADO Y DESTINO A OTRA DEPENDEN DEL CRIMEN POR EL QUE ESTÁ ACUSADO Y DESDE LUEGO DE LO QUE DIRÁ LA SENTENCIA JUDICIAL.
EL COLLAR QUE LLEVA PUESTO ES UN SISTEMA DE SEGURIDAD CON EL QUE TRANQUILIZAMOS A LOS REBELDES. NO LO FUERCE PARA LIBRARSE DE ELLO SI NO QUIERE HACERSE DAÑO.
BUENA PERMANENCIA.

Me quedé atónito y nervioso por lo que acababa de leer. Estaba en una cárcel y sin saber que había hecho para merecerlo. Seguí leyendo la página siguiente:

EL DÍA 15/06/2016, EL DETENIDO SIMÓN DE LA VEGA TENDRÁ QUE ACUDIR AL JUZGADO, DONDE DURANTE EL PROCESO DEBERÁ DEFENDER SU INOCENCIA.
EL Sr. DE LA VEGA ES SOSPECHOSO DE SER EL AUTOR DE UN HOMICIDIO QUE TUVO LUGAR EL 12/05/2016 A LAS 10:30 DE LA NOCHE ANTE LA ENTRADA DEL EDIFICIO EL BARCO.
UNA SEÑORA JURA HABER VISTO EL SUJETO EN CUESTIÓN, PASEAR CON AIRE SOSPECHOSO, EN ESTE LUGAR POCO ANTES DE QUE OCURRIERA EL DELITO.
DURANTE LA ESPERA EL DETENIDO ESTARÁ BAJO CONTROL EN LA ISLA DE PRIMER NIVEL.

Repuse nerviosamente los papeles en su custodia. Intenté recordar lo que había hecho esa noche para dejar sospechas de haber cometido un crimen tan grave, pero aún era tanta la confusión en mi cabeza que no se me ocurrió ningún episodio significativo; entonces, para relajarme, di un paseo por el campo. Andando, me di cuenta de la presencia de una biblioteca. Me acerqué intrigado y, mientras intentaba observar el interior, fui distraído por la ruidosa llegada de un grupo de hombres empeñados en arrastrar un pesadísimo jabalí. Parecían divertirse mucho, y eso me ayudaba a dejar de pensar en el asunto del proceso.
–Tal vez yo también iré de caza un día de éstos –pensé saboreando de antemano el placer de una nueva aventura.
Llevaba un solo día viviendo en esta cárcel, y ya tenía la sensación de que iba a gustarme. Una nueva experiencia era lo que necesitaba para salir del estrés del trabajo. Antes del ocaso, me llevaron al dormitorio; me asignaron una cama en la carpa amarilla. El interior era mucho mejor de lo que imaginaba. Estaba cansado, y esperaba con ansia el momento de acostarme. Por fin habría pasado una noche durmiendo sin ser molestado.
El día siguiente, me informaron sobre mi tarea: habría trabajado en la cocina como lavaplatos. No supe esconder mi decepción al enterarme de eso, ya que me esperaba algo más aventuroso. Sin embargo, me conformé con mucho gusto al ver que Sara, la hermosa mujer de la caseta azul, trabajaba ahí como cocinera.
Un día acabada mi tarea, tuve la ocasión de hablarle.
–¡Hola Sara! Enhorabuena por la comida; estaba riquísima –dije para entablar la conversación.
–Oh, gracias. Aunque creo que el jabalí ha tenido un papel importante en esto –contestó ella mostrando toda su modestia.
–Sara, perdóname, pero quería hacerte una pregunta sobre la isla.
–Sí, dime, ¿qué quieres saber?
–He leído la documentación sobre ese Proyecto Onemis.
–¿Onemis? ¡Enomis! –dijo ella sonriendo.
–Sí, vale, Enomis, Onemis o lo que sea. Pero, estaba diciendo... ah sí, que he leído esa documentación, y me parece una buena idea la de trasladar a los criminales fuera de las ciudades, pero no entiendo como pueden sacar partido a todo esto los gobiernos.
–Sí, yo también me pregunté lo mismo cuando llegué aquí. Yo no tenía nada que ver con el proyecto, pero este trabajo me parecía una buena oportunidad para salir del caos de la ciudad, y no me la perdí. Sin embargo, me informaron sobre todo lo que le concierne, por ejemplo: ¿Has visto cuantos postes hay hincados por todas partes?
–Sí, sí, los he visto, por supuesto –contesté intrigado.
–En ellos –prosiguió–, hay escondidas microcámaras para vigilarnos en todo lo que hacemos, y muchos interesados pagan para verlo por un sitio de Internet.
–¿Así que en este momento puede que alguien nos vea en directo? –contesté yo asombrado y avergonzado.
–Por decir la verdad, lo que ocurre en esta isla lo ven únicamente al centro de vigilancia, ya que hay menores de edad, y buena parte de los detenidos aún no han sido juzgados en un proceso. Además, en el primer nivel difícilmente puede ocurrir un hecho que guste a este público. Bien distinto es lo que pasa ya a partir del segundo hasta el quinto nivel donde hay criminales de la peor especie, y los problemas de subsistencia dan lugar a divergencias que acaban normalmente en disputas y peleas. No sabes cuanto disfruta la gente viendo vídeos de violencia.
De pronto empecé a preocuparme, pensando al proceso, por si acaso viniera declarado culpable de homicidio.
–Disputas y peleas –repetí en la mente lo que acababa de oír.
–Vale Simón, nos vemos más tarde –dijo Sara interrumpiendo mi breve reflexión–. Ahora me tengo que ir al trabajo. Hasta luego.
–Hasta luego, y gracias de verdad por tu información –repuse yo.
Y mirándola mientras que se iba, seguía pensando en esa increíble situación, y con ese pensamiento pasaron los días en el campo.

3

Con hoy, llevo veinticinco días viviendo en la isla. No me he dado cuenta de cuanto rápido ha pasado el tiempo desde el día de mi llegada. Con los detenidos que he conocido aquí, me siento a mi gusto. Muchos de ellos no son tan malos como uno podría pensar; es que, para salir de condiciones de vida muy desagradables, eligieron el camino más rápido y equivocado. Entre todos, no son muchos los que han conseguido un título de estudio; sin embargo, probablemente por mérito de las dificultades contra las que han luchado durante toda la vida, parecen razonar mucho mejor que algunos licenciados que conozco.
Desde que llegué al campo, nunca me ha faltado la ayuda de esta gente. Me han enseñado también a tirar con el arco, y la semana pasada me dejaron participar en una partida de caza, así que pude demostrar a mí mismo, porqué sigo fregando los platos; un desastre.
Ya me había olvidado el asunto del proceso, hasta que ayer, un militar vino a recogerme al trabajo para llevarme al despacho del director. Lo seguí bastante preocupado sospechando cual era la motivación. Entré en el despacho donde el director me esperaba sonriente.
–¡Buenas noticias! –exclamó–. El verdadero culpable del homicidio se ha entregado a la policía confesándolo todo. Eres un hombre libre.
Me dejó boquiabierto. No sabía que decir. La expresión de mi cara decía más que cualquier palabra. Me sentí aliviado. No soportaba la idea de ir a vivir con peligrosos criminales, pero tampoco la de pasar por un asesino. Y mientras que yo me alegraba de la buena noticia, el director me libró del collar; le fue suficiente teclear un código en su ordenador, que ese artilugio se abrió por su cuenta. Lo agradecí con un apretón de manos, y salí de carrera para contárselo a todo el mundo. Estaba en ascua por ver la cara de Sara en el momento en que se lo habría dicho, y cuando la encontré me di cuenta por su sonrisa que ya lo sabía todo, así que sin decir una palabra la cogí en mis brazos y la besé. Anoche hablamos durante varias horas de nuestros sentimientos y muchas otras cosas, y lo pasamos estupendamente.
Esta mañana he tomado una decisión. Por eso he escrito en esta carta, queridos amigos, todo lo que me ha pasado desde el día de mi ausencia hasta hoy, ya que aunque podría volver a casa ahora mismo, no lo haré tan pronto. Por fin he encontrado el lugar de mis sueños, en el medio de la naturaleza, todo bien organizado y sin problemas de trabajo. En esta aislada tierra, las comodidades a las que daba tanta importancia hasta hace unas semanas, no existen; pero durante esta temporada, me he dado cuenta de que puedo prescindir tranquilamente de ellas, ya que lo que necesito de verdad, es vivir con gente sincera y solidaria, o leer libros interesantes, y sin hablar del cariño de una mujer preciosa como Sara; a partir de mañana, probablemente, iré a vivir con ella. ¿A fin de cuentas, qué más podría pedir a la vida que el amor de la mujer que amo?
He pedido permiso al director para poder establecerme definitivamente en esta isla maravillosa, muy lejana en todos los sentidos de la que llamamos “civilización”; y eso como resarcimiento del daño subido por haber sido detenido injustamente. Sin embargo, no quiero aprovechar de la situación. Trabajaré para ganarme la vida. Mi único deseo es quedarme libre de una sociedad en la que el prejuicio de la gente puede arruinar la vida de cualquiera. No puedo imaginar lo que habría pasado si el verdadero asesino no se habría entregado por su cuenta.

Testigo Ocular - Alfredo Martín Del Arroyo Soriano

Testigo Ocular
Alfredo Martín Del Arroyo Soriano




Las gotas de suero bajaban lentamente por el cordón conectado a la vena de mi brazo derecho. No sabía porqué estaba allí. Tenía conciencia de lo que me rodeaba. Mis ojos entreabiertos me lo decían. No podía moverme, ni pronunciar palabra. En una esquina, sobre un sillón verde oscuro, como el color de mi antiguo uniforme, ví una silueta. Era mi esposa que dormía acurrucada en posición fetal. Se puso muy contenta cuando hace unos años, con el cambio de gobierno, me ascendieron a Mayor de la Policía Nacional. Dejé de patrullar las calles y colgé el uniforme. Trabajaría vestido de civil y detrás de un escritorio. Al menos eso es lo que ella pensó. Cuán equivocada estaba.
Con la caída de Abimael Guzmán y el fin del terrorismo, me sentía más seguro. El peligro ha pasado. Ya hasta había olvidado los días de la obediencia debida. Cuando tuve que acatar la órden de disparar contra esa gente indefensa que luego supe que solo celebraba una fiesta en el centro de Lima. Pero eso quedó atrás. Ahora sólo me encargaba de proteger al “asesor”. Era tarea fácil. Siempre andaba bien resguardado en el Pentagonito o en su búnker de la playa. Nadie se atrevería a hacerle daño.
Tocaron a la puerta. Mi esposa despertó. Era el neurocirujano. Pude ver por la puerta entreabierta a dos uniformados. ¿Estarían ahí para protegerme? El doctor le explicó a mi mujer:
-La bala penetró el cráneo a la altura del lóbulo parietal izquierdo, con orificio de salida a la altura del lóbulo frontal derecho, en sentido diagonal.
-¿Se recuperará?- preguntó Silvia, mi esposa.
- Aún es muy pronto para saberlo-dijo el doctor-. Lo peor ya pasó-agregó-. Pero todavía es cuestión de tiempo. Puede haber secuelas. Pérdida del habla y la memoria. Dificultad en el sistema nervioso y motríz. Su recuperación será lenta y requerirá de muchos cuidados, pero sobrevivirá.
Postrado en la cama del Hospital de Policía y en estado de coma. Poco a poco caía en cuenta de mi situación. Trataba de recordar. No podía moverme. No podía darle una señal a Silvia, una señal que aliviara su dolor, el dolor de verme postrado en ésta cama con la cabeza vendada. Se acercó, me besó la mejilla y me dijo lo mucho que me amaba. Silvia había estudiado un curso de control mental años atrás y sabía que la música era una buena terapia en casos de pacientes comatosos como yo.
-He traído música para que te relajes-. Me dijo Silvia con cariño.
Colocó un disco compacto en un tocadiscos portátil. Suaves melodias de pajaritos cantando y hojas rebotando entre sí al paso del viento, y finos punteos de guitarra, me transportaron mentalmente a imágenes de bosques con árboles gigantescos atravezados por rayos de sol. Acariciándome la mano, Silvia anunció que iría a la cafetería del hospital a buscar algo de comer. No podía ver sufrir así a la mujer que amaba, la que me había apoyado siempre, la que me alentaba cuando me sentía desmoralizado, la madre de mis hijos, mi fiel compañera. Parpadeé los ojos y moví levemente el dedo índice de la mano derecha. Pero no se dió cuenta. Besó mi mano izquierda y salió de la habitación. Al abrir la puerta noté que los guardias que me custodiaban ya no estaban. Quizás fueron a almorzar, pensé.
La siguiente canción traía melodias de gaviotas volando al murmullo de las olas del mar, lo cual me transportó a las playas de nuestro litoral. A La Punta para ser exacto. Entonces recordé. Los videos habían empezado a aparecer uno tras otro en la televisión. El presidente inició una cacería para encontrar y apresar a su “acesor”. El mar, la playa, las olas, las gaviotas, el Yatch Club. Yo estaba a cargo de protejer al “Doc”. Con la venia del señor presidente habiamos conseguido el yate Carisma para que el “Doc” pudiera escapar. No podía haber testigos. Salvo unos cuantos de absoluta confianza, entre los que me encontraba yo. O al menos eso creí hasta que escuché el disparo retumbar en mis oídos detrás de mi cabeza. Maldito traidor. Yo que lo había protegido tantas veces. Hubiera dado hasta la vida por él, y me pagaba de ésta manera. Para mi suerte unos pescadores me encontraron aún con vida.
Escuché unos pasos acercarse hasta la puerta. Pensé que sería Silvia y me sentí aliviado. La perilla de la puerta se movía lenta, sigilosamente. No podía moverme. No podía gritar. Me asusté. La enfermera que entró era bonita. Diminuta y de baja estatura. Su fino rostro de tez trigueña denotaba algunos rasgos indígenas. El uniforme blanco de enfermera moldeaba su hermosa figura. Tendría unos veintitantos años pero parecía de dieciséis. Me hizo recordar a una sexo servidora que contraté tiempo atrás e hice que se disfrazara de colegiala para satisfacer una de mis fantasías sexuales. Se me acercó. Pude sentir el olor de su perfume barato. Sentí también una leve erección. Cogió mi mano para tomarme el pulso y el roce de su piel hizo que éste se acelerara, o al menos eso creí. Con su estetoscopio escuchó los latidos de mi corazón, luego me tomó la presión. Levantó las sábanas que cubrían mi cuerpo. A lo mejor se cumple mi fantasía, pensé. Me levantó la bata y chequeó el pañal que traía puesto dejando mi sexo al descubierto. Lo miró con desgano, imagino que notó la erección. El pañal estaba seco. Me volvió a cubrir. Dió vueltas a la manecilla de la cama de modo que quedé más erguido, casi medio sentado. Quitó una de mis almohadas. Gracias, pensé, ahora me siento más cómodo. Caminó hacia la puerta y con tristeza creí que ya se iría. Miró para ambos lados del pasillo. Volvió y cerró la puerta con seguro para que nadie entrara. De un salto se avalanzó sobre mí como si me fuera a violar. Ahora sí, pensé, se va a cumplir mi fantasía, creí. Colocó violentamente la almohada sobre mi cara. Sentí una fuerte presión. El bip de los latidos de mi corazón se iba haciendo cada vez más lento. La música del disco compacto se detuvo y la radio se encendió automáticamente. El locutor anunció que el presidente acababa de renunciar por fax desde Japón.

Desafiar al destino Abraham Saúl

Desafiar al destino
Abraham Saúl



Quien cree en el destino, rara vez hace una saludable autocrítica de sus decisiones o mejor dicho de cómo sus decisiones van forjando un camino o más bien forzándolo. Particularmente, creía que el destino era una fuerza tangible que, por nuestras acciones, nos arrastra en un único sentido, de tal manera que, será y debería haber sido, se convierte en la misma cosa. Yo siempre creí fervientemente en el destino. Hasta que decidí ponerlo a prueba. Confrontarlo. Desafiarlo a que, algo suceda como yo quería y no como, suponía, ya estaba escrito.
Hasta ese momento en cuestión, se podría considerar a mi vida como un intrascendente transcurrir. Pasaba de etapa a etapa, de día en día, sin hacer mella en el aquí y ahora; sin dejar una huella que demuestre mi paso por este lugar.
Todos mis días comenzaban de la misma manera. Me levantaba exactamente a las seis y cuarto. Cinco minutos después del sonido de la alarma del despertador; caminaba descalzo los diecisiete pasos que separan mi habitación del cuarto de baño para lavarme la cara y los dientes. Afortunadamente, soy calvo y para evitar demoras innecesarias llevo la cabeza rapada hace varios años. Por eso, en total, no me lleva más de cinco minutos asearme por la mañana.
Todavía descalzo, encendía la cafetera que siempre quedaba preparada de la noche anterior y mientras se hacía el café, regresaba al dormitorio para terminar de cambiarme. Al regresar a la cocina, el aroma a café recién hecho, me terminaba de despertar.
Desayunaba de parado, comiendo cualquier galleta o pedazo de pan que andaba dando vuelta por la mesa y exactamente a las seis y cuarenta, salía hacia la empresa donde trabajo, siguiendo el mismo camino desde hace casi 17 años. Cinco cuadras caminando hasta la estación de subtes, luego por metro hasta la plaza principal y finalmente tres cuadras más de caminata, hasta el edificio, donde la empresa donde trabajo, ocupaba la totalidad del quinto piso.
Un día de aquellos en los que me solía replantear toda mi existencia, decidí que debía dar un cambio radical en mi vida. Tentar al destino. Retarlo.
Es por eso, que elaboré un cuidadoso plan, modelando minuciosamente como un verdadero artesano, a punta de cincel, los contornos de un nuevo destino.
Con premeditación, atrasé la alarma de mi reloj despertador, a las siete. Pensé que para cambiar mi destino, bien podría comenzar por llegar tarde al trabajo. Si bien ese cambio no representaría demasiado en cuestión de tiempo, todas las cosas que hice luego de levantarme, me llevaron a salir de mi casa casi a las ocho de la mañana.
Al salir, enfilé como siempre hacia la estación de subtes, pero a diferencia de lo habitual, lo hice por el camino más largo. Caminaría alrededor de ocho cuadras en lugar de cinco.
Caminaba a paso lento, como disfrutando del nuevo panorama, cuando de repente, la imagen de una bella dama me hizo despojar de todos mis pensamientos y me hipnotizó por completo. Sentada en un bar, en una mesa ubicada al lado de la ventana; me llamó la atención su increíble falta de decoro para hacer lo que estaba haciendo. Con mucho cuidado, y mirando en todas las direcciones, para asegurarse de que nadie la veía; introducía su dedo meñique en uno de los orificios de la nariz y rascando con la uña, arrastraba un asqueroso contenido que luego, sin demasiadas parsimonias, lo llevaba a la boca. Con una mezcla de asco y repulsión, apuré el paso, pero no pude dejar de mirarla. Para mi asombro, lo hizo una vez más. Era tal el grado de atención que tenía en ella que no reparé en la cantidad de peatones que venían hacía mi y se iban haciendo a un lado, para no chocarme. En cuestión de segundos había recorrido todo el ancho de la vereda y a punto estuve de bajarme a la calle, si no hubiera sido por un fuerte bocinazo, que, si bien me hizo volver en sí, no fue suficiente para evitar el mal mayor.
Sin darme cuenta del error que estaba por cometer, continué caminando sin mirar hacia el frente, hasta que un estallido me hizo caer pesadamente en el lugar donde estaba. Me había reventado la cabeza contra un cartel de publicidad que exponía la tapa de una revista de actualidad, donde aparecía una de las modelitos de turno mostrando algo más que una cálida sonrisa. Casi no pude reaccionar por el golpe. Sentía que todo me daba vueltas, y me descomponía el dolor de cabeza.
Una de las personas que me había esquivado y había presenciado el accidente, me ayudó a incorporarme lentamente. Me hizo algunas preguntas un tanto incómodas (supongo que para evaluar mi estado confusional), y luego de averiguar mis datos, se ofreció a llamar a mi trabajo para avisar lo acontecido. Después de todo, era en el único lugar donde me echarían de menos, en ese momento.
Lo siguiente que recuerdo, fue que la luz del sol me pareció de pronto, demasiado intensa y luego de un fuerte ataque de náuseas me desmayé. Apenas si pude percibir una borrosa imagen de alguien que se acercaba y decía muy resueltamente:
- Yo lo conozco, vivo en este edificio, en el cuarto piso. Ayúdenme a subirlo. Lo cuidaré hasta que despierte y esperaremos la ambulancia en un lugar más cómodo.

Desperté con un terrible dolor de cabeza y una sensación muy similar a una resaca después de una fea borrachera. Me molestaba la claridad de la habitación. Como si estuviera en un sueño, me costó calcular el tiempo que estuve dormido. A pesar del fuerte dolor en las extremidades, intenté moverme. Fue bueno descubrir que podía hacerlo. De alguna manera, no se porqué, me dio mucho alivio. A tientas comprobé si tenía todas mis pertenencias encima. La billetera, el celular, la agenda electrónica. Todo estaba en su bolsillo correspondiente. Haciendo foco con el ojo derecho, entrecerrando el izquierdo, pude divisar no sin dificultad, mis pantalones y mi mochila sobre una silla frente a la cómoda y más abajo alineados a la junta del cerámico, uno al lado del otro; mis zapatos. Me encontraba en un dormitorio un tanto amplio, con una inmensa cama matrimonial, sobre la cual me hallaba ahora. Una mesa de luz a cada lado del inmenso lecho y una cómoda enfrentada a la cama que, llamativamente, nada tenía que ver con el estilo del resto del mobiliario. Un extraño mueble de doble puerta y con solo dos cajones en la parte inferior completaba la decoración y obraba de placard. Tampoco hacía juego. Daba la sensación de que quien había decorado la habitación, no tenía muy desarrollado el sentido del buen gusto. Un poco más sereno y con relativa lentitud, comencé a incorporarme. No quería provocar ningún mareo innecesario por levantarme bruscamente.
En ese instante apareció ella, en el vano de la puerta. Con el mismo tic que le había visto en el bar, entró refregando la uña de su dedo índice en los dientes inferiores. Con una nueva oleada de asco y nauseas que intente disimular, sin mucho éxito, me dí cuenta de donde había estado ese dedo, tan solo segundos antes. Me dedicó una sonrisa y se volvió como yendo a buscar algo a la sala.
El desagrado que me produjo aquella situación, me hizo saltar de la cama. Me incorporé, me vestí lo más rápido que pude y cuando enfilaba hacia la puerta principal, me volví a topar con ella:
-¿Estás seguro de que quieres irte?-me preguntó-Creó que te convendría quedarte, ¿o no deseas saber un poco más?
Sin dudarlo, crucé el umbral procurando no mirar atrás. ¿A qué se refería con saber más?. Todo me parecía tan raro. Volví a comprobar que tenía el celular en el bolsillo de mi camisa y una vez en la calle lo saqué para llamar a la empresa y dar aviso de mi tardanza. Cuando miré la hora no lo podía creer. Eran casi la una de la tarde. Llamé igualmente y dejé el aviso en la recepción. Mentí que estaba enfermo e informé que al día siguiente llevaría un certificado para justificar la falta. Sin intención de demorarme más llamé un taxi y volví a mi casa.


Luego de un reparador sueño de casi cinco horas en la comodidad de mi cama, me desperté realmente renovado. No había signos del dolor de cabeza y al lavarme la cara y mirarme al espejo, noté que tampoco había quedado marca alguna del golpe. De solo pensar en como debería justificar una lesión así, me invadía un claro sentimiento de vergüenza. Todo había sido demasiado embarazoso. Luego de darme un buen baño, me cambié y me acomodé en el sillón a mirar televisión. Después de todo, debía hacer valer el día libre haciendo lo que nunca podía; disfrutar de mis momentos de ocio. Eran casi las veinte. Movido por la insistencia del parpadeo, me di cuenta que la luz del contestador automático titilaba sin cesar. Me extrañó no haber oído el teléfono mientras dormía, ya que ciertamente, la luz no estaba encendida cuando regresé a casa. Aunque dado mi estado de conmoción esto no puedo aseverarlo con seguridad. El primer mensaje era de la oficina. Mi amigo, el jefe de personal, me daba las gracias por comunicar mi ausencia y con una voz que deliberadamente no disimulaba su enojo, me regañaba por no haber llamado para comunicar mi situación y, por enésima vez, me amenazaba con ir a hablar con el gerente. Si bien me sorprendió la llamada (sobre todo porque no solo había comunicado la inasistencia sino que lo había hecho dos veces. Según tenía entendido, una vez lo había hecho el peatón que me ayudó en la calle y más tarde había llamado yo, personalmente); la segunda fue todavía más desconcertante. Un tal, inspector subcomisario Alcina, quería ponerse en contacto conmigo para discutir los avances de una investigación. A esa altura del día, ya nada me resultaba extraño. Lo que sí tenía claro, es que si quería jugar con el destino, seguro que lo había hecho, puesto que nada de eso habría pasado, o eso supongo ahora con lo hechos consumados, si no hubiera cambiado mi recorrido habitual al trabajo aquella mañana.
Mientras terminaba de escuchar los mensajes, me llamó la atención la imagen que devolvía el televisor. Como había silenciado el sonido, para poder atender el contestador, no había oído a los conductores presentar la información.
En la pantalla, había algo que me resultaba bastante familiar y aunque no lograba darme cuenta, sentía que conocía ese lugar. Levanté el volumen y agucé el oído justo cuando el periodista informaba que la policía había dado con la guarida de quienes supuestamente habían cometido el “robo del siglo” hacía casi dos años atrás en el Banco Provincia. Ahí caí en la cuenta de porque me resultaba familiar el lugar. De fondo se veía la misma confitería donde había visto a la muchacha rubia esa mañana. Cuando dijeron que tenían identificado al líder de la banda, pero que aún no daban con su paradero, manifesté cierta curiosidad que se transformó en absoluto terror cuando apareció, en un cuadradito a la derecha de la cabeza del conductor, una fotografía mía. La misma que adornaba la tarjeta de identificación de la empresa donde trabajo.
Me refregué varias veces los ojos, creyendo ingenuamente que así borraría esa ridícula foto de la pantalla del televisor, pero lamentablemente seguía ahí. Me planteé por un momento, si no estaría sufriendo algún trastorno de múltiple personalidad y que, dominado por “mi otro yo” había sido posible que cometiera ese robo.
Intenté, pensando lo más rápido que me daba mi aturdida cabeza, cual sería el mejor camino a tomar. Todavía pasmado, llamé al asesor letrado de la empresa. Suponía que si alguien me podía ayudar, era él. Demoró casi un siglo en responder. O eso me pareció, dado lo crispados que tenía mis nervios. Le comenté brevemente la situación y le pedí ayuda y asesoramiento.
- Flaco –me dijo con voz serena y pausada - ¿Existe alguna prueba fehaciente, que demuestre que vos vivís o viviste en aquel departamento?
- ¡Por supuesto que no! – le contesté encolerizado.
- Quedáte tranqui entonces – me dijo con la misma voz – nadie te va a tocar. Espérame en tu casa sin hacer nada, que ya voy para allá.
Como si fuera posible que me quedara tranqui en esa situación. Para él era muy fácil decirlo. Me quedé parado con la mirada fija en el televisor, mientras buscaba la noticia en otros canales. Estaba absorto, haciendo zapping, cuando tocaron el portero eléctrico. Pensando que era el abogado, instintivamente abrí la puerta del Palier y corrí a esperarlo a la salida del ascensor. Casi se me sale el corazón del pecho, cuando al abrirse la puerta del aparato, aparecieron ante mi, cuatro fornidos policías armados hasta los dientes como si los hubieran sacado de algún capitulo de la vieja serie SWAT. En cuestión de segundos, me enceguecieron con una linterna, me empujaron hacia adentro y de un soplido me tiraron en el sillón, me redujeron y me ataron. En el aturdimiento, solo alcance a oír en el crepitar de un walkie talkie:
-Tenemos al líder, estamos bajando.
Me llevaron encapuchado como si estuvieran tratando con el criminal más peligroso de la historia de la humanidad. Entre aturdido y adolorido, por la extraña contorsión que me hicieron hacer para colocarme las esposas, ya no tenía fuerzas para resistirme. Encima, al mínimo quejido, un grandote con cara de gorila, me descargaba, casi de forma sistemática, un codazo en las costillas. No podía moverme. Transité todo el trayecto desde mi departamento hasta el juzgado, todo acalambrado, apoyando una mejilla contra la ventanilla fría de la camioneta.
No entendía nada. Me bajaron a los tumbos y me trasladaron por una suerte de pasillo subterráneo hasta un despacho muy iluminado, con un inmenso mesón rodeado de 15 sillas.
Me quitaron las esposas, solo para volvérmelas a colocar por detrás de la silla donde me sentaron. Al cabo de unos eternos cinco minutos, se abrió una gran puerta ubicada en unos de los laterales de la sala, por donde entraron tres personas.
El primero, era un sujeto alto, distinguido, con un corte de cabello estilo militar y prolijo bigote que no disimulaba para nada sus abundantes canas. Se acercó hoscamente y sin dirigirme la mirada, se presentó como el juez Cenci. Se sentó al frente y abrió delante de él una fina carpeta negra que contenía 3 o 4 papeles cuidadosamente dispuestos.
Detrás apareció, con andar elegante el asesor letrado de la empresa, quien se presentó como mi abogado y con una seña trató de apaciguarme. Si bien me tranquilizó un poco su presencia, me resultó un tanto inquietante que apareciera tan rápidamente. Me indicó que sería sometido a un breve interrogatorio, luego del cual el juez decidiría que medida cautelar tomaría conmigo.
Un instante más tarde, ingresó una muchacha pelirroja, muy joven. Vestía un trajecito color caramelo que, ridículamente, hacía juego con su cabellera. No se quitó los anteojos oscuros que llevaba, ni saludó al aproximarse a la mesa. Se sentó al lado del abogado.
El Juez Cenci, comenzó haciéndome una serie de preguntas personales. Nombre, edad, trabajo, Nro. de documento, dirección. Me miró por primera vez, cuando le dije mi domicilio, que obviamente no concordaba con la residencia que me querían endilgar en aquel departamento. Luego continuó con una serie de preguntas un poco más específicas.
-¿Dónde se encontraba usted entre las 22.30 y las 0.40 del día 18 de Mayo de 2008?
Atontado como estaba no podía ni pensar. Le contesté bruscamente:
-Escuchemé. Como puedo acordarme donde me encontraba específicamente en ese momento hace 2 años atrás. ¿Está usted loco?
Mi abogado, me miraba pálido, haciendo millones de gestos tan solo con movimientos imperceptibles de los ojos y las cejas. Intentaba decirme que no hablara. Que me quedase callado. Pero el juez insistía:
-¿No tiene coartada posible, que lo sitúe en un lugar diferente al del hecho, en la noche del 18 de Mayo de 2008?
Otra vez el gesto imperceptible que me hacía permanecer en silencio.
-¿Que relación lo une con Lautaro Morales, alias “Cachimba”? - continuaba preguntando el magistrado.
-¿Conocía usted a “Loro negro”?
Impávido, mantenía mi postura de silenzio stampa, ante cada pregunta del juez. Hasta que el gesto, en principio, indiferente y relajado, se trocó casi simultáneamente en una mueca de furia y disgusto:
-Miré joven – gritó descolocado – demasiado me rompe las pelotas, tener que venir a hacer un interrogatorio a estas horas de la noche y más aún si no obtengo nada de colaboración por parte del imputado.
Me corrió un sudor frío por la espalda cuando escuche esa palabra y más todavía, por la forma y el grado de indignación con que la dijo.
Mi abogado, continuaba haciendo gestos, por lo que supuse que quería que continuara guardando silencio. Al cabo de unos eternos minutos, el Juez, lanzó un exagerado suspiro de impaciencia y vociferó mirando a todos los presentes:
-Bueno, señores, viendo que solamente se ha tratado de hacerme venir a perder el tiempo, determino que el imputado quede detenido hasta tanto se resuelvan las cuestiones administrativas y los avances de la investigación. Se fija una fianza de 1 millón de pesos.
Literalmente se me congeló la sangre cuando escuche la cifra. ¿De donde sacaría ese dinero? ¿Como podía ser posible que esto me estuviera pasando a mi? Mi abogado seguía taladrándome con sus tics, y yo no sabía como iba a librarme de semejante situación.
Dicho eso, el Juez se incorporó y salió con la misma premura con que había llegado.
Mi abogado se le acercó, le susurró algo al oído y luego vino a sentarse a mi lado.
-Bien, tenemos unos 20 minutos - me dijo acelerado - Estamos un poco complicados. Según las pruebas periciales no queda lugar a dudas de que ese departamento es tuyo.
-¿¡Como!? - mi asombro era pavoroso.
-Mirá -me dijo, al tiempo que sostenía a la altura de mi vista, una docena de fotografías en blanco y negro. Las imágenes hablaban por si solas. Me veía sentado en el sofá del living, sosteniendo una copa de champagne, rodeado de un grupo de personas con los ojos tapados con un rectángulo negro. En la cocina, al lado de un par de chicas un tanto ligeras de ropa, sacando algo de la heladera. En el dormitorio, cambiándome los zapatos. Colgando un cuadro en la pared del living. Obviamente se trataba de un montaje muy bien hecho con algún programa de computadora.
-Lamentablemente se movieron muy rápido, así que estás hasta las manos -me informó sin ningún tacto, el abogado.
-Estas fotos no valdrían nada, sin una prueba pericial más completa. Se secuestraron todos los items que salen en las fotos y en todos se hallaron tus huellas dactilares, por lo que, no solo se confirma que las fotos son auténticas, sino que te posicionan a vos, como morador permanente de ese departamento.
-¿Morador permanente? -pregunté atónito- Si solamente estuve ahí esta mañana y por un accidente. ¡No pase más de 2 horas en ese lugar!
-No es lo que puede apreciarse por las pruebas presentadas.
-¡¿Cómo que no?! -No podía entender el cariz que estaba tomando la conversación ¿Con solo un par de fotos van a demostrar que el departamento es mío?
-No. Es un poco más delicado el tema. El departamento está a nombre tuyo. Hay una escritura y todos los impuestos vienen también a tu nombre.
Metió la mano en el sobre y escarbó mirando en su interior hasta que sacó otra fotografía y me la enseñó. Se veía un cajón a medio abrir, donde sobresalían una cédula de identidad, un DNI, un pasaporte, un registro de conductor, un carnet de gimnasio, varias tarjetas de crédito. Todas las credenciales tenían en común mi nombre y fotografía.
-Esto se encontró en un cajón de la mesa de luz del dormitorio – me dijo lacónicamente- y cuando te capturaron corroboraron que no llevabas ninguna identificación encima.
Dentro del aturdimiento que tenía, se me ocurrió una idea, una luz de esperanza, algo mínimo, pero que, a mi entender, podría salvarme.
-Explicame lo siguiente. - le dije nervioso al abogado - Si prueban que ese es mi departamento, por 4 fotos de mierda, como pueden comprobar que yo estuve relacionado con el supuesto robo del siglo.
Volvió a meter la mano en el sobre y extrajo otra foto.
-Eso es tan solo el diez por ciento. El resto sigue desaparecido.
Al verla me terminé de hundir en el sillón. Era como una broma macabra, la peor pesadilla hecha realidad. Se veían varios fajos de billetes, guardados en las placas de durlock entre el living y la cocina. Era una camionada de plata, más de 100 fajos de billetes de 100 dólares. Millones.
En ese momento supe que estaba acabado. En cuestión de horas, mi vida se había derrumbado increíblemente. El abogado continúo hablando, pero yo no podía escucharlo. Me costaba respirar. El sudor frío que recorría mi cuerpo me había anestesiado las articulaciones y casi no podía moverme.
-Lo mejor es que te declares culpable, que devuelvas la plata que encontraron y rogar que no encuentren la otra.
No podía creer que este pelotudo, realmente considerara la posibilidad de que yo tenga algo que ver con semejante robo. No dejaba de preguntarme como podría estar pasándome esto a mí.
-Deberías entregarte, y esperar un juicio beneficioso con algún arreglo de por medio, por ahí conseguimos 12 o 15 años y con buena conducta salís en 6 o 7.
No lo escuchaba. Estaba nadando en una nube de espuma de cerveza, sostenido solamente por la fuerza que hacía para mantener los ojos abiertos.
-Quedate tranquilo, que con mi asistente vamos a apelar para que te reduzcan la fianza.
Su asistente. Recordaba haberlo visto entrar acompañado por la pelirroja, pero luego la había ignorado por completo. Recién ahora, reparaba en ella. La miraba fijamente. Había algo que me resultaba tremendamente familiar. No podía decirlo con certeza, pero hubiera jurado que la conocía de otro lado.
-Disculpen Dres. - dijo con brusquedad el oficial que se encontraba detrás mío- Se ha cumplido el plazo estipulado por el juez. Por favor, no lo hagan más difícil para nosotros. El imputado debe acompañarnos ahora.

Me ayudaron a incorporarme, al tiempo que mi abogado y su asistente juntaban las fotos, y una serie de papeles que habían dispersado sobre la mesa.
-Quedate tranquilo-me dijo palmeándome la espalda- Vas a ver que esta es la mejor estrategia. Va a salir todo según lo planeado. Confía en mi.
Pidiéndole permiso un pie al otro, intenté caminar, con la poca dignidad que me quedaba, hacia la salida. Me sentía abatido. Como si me hubieran tirado con un tractor encima. Casi al llegar a la doble puerta, volví la cabeza para mirar por última vez a quienes tenían mi libertad en sus manos. Quería refrendar mi confianza en ellos. Sentir que podía confiar, realmente, en esas dos personas.
Giré la cabeza y los miré por última vez. Entonces todo se aclaró. Paralizado por el miedo, observé como la asistente, se metía el dedo meñique en la nariz y seguidamente se lo llevaba a la boca.
No quise seguir mirando. No tuve necesidad. Me dejé llevar sin oponer la mínima resistencia. En ese mismo momento, lo comprendí todo. Como había sido víctima de una trampa fabulosa. De un plan urdido milímetro por milímetro. No tuve que atar demasiados cabos, ni resolver ecuaciones incomprensibles para saber que iba a estar adentro por mucho tiempo.
Sin embargo, no me lamento por nada de lo sucedido. Después de todo, esa fue mi intención aquella mañana: Desafiar al destino ¿verdad?. Todavía pienso que si no hubiera cambiado de ruta para ir al trabajo, nada hubiera sucedido. Pero todo es relativo. Al fin y al cabo, nunca podré aseverar con certeza, que esto que pasó, no fue más que el desquite del destino por haber querido jugar con él.

El terrible caso de Cartman Charmicael y Ray McDonald -- Marco Antonio López Valenzuela

El terrible caso de Cartman Charmicael y Ray McDonald
Marco Antonio López Valenzuela




Con perdón de Stephen King

Cuando las encontraron les fue imposible reconocerlos. En sus cabellos tenían lodo y en lo que quedaba de sus cuerpos huellas de que los animales habían merodeado durante la noche.

El trabajo era d un experto. No cualquiera tenía la habilidad ni la experiencia necesarias para lograr que dos mujeres se vieran así.

La lluvia arrasó con todo, haciendo el trabajo de la policía mucho más difícil. Para cuando el sol dejó de verse, seguían recogiendo pedazos de dedos.

La impresión que se llevó el joven oficial Ray McDonald fue terrible. Nunca antes había participado en una investigación como esa; lo más peligroso que había hecho era sacar borrachos de una cantina.

Cuando llegó a su casa vomitó de nuevo. En la escena se alejó varias veces para hacerlo. Tomó tres tranquilizantes del botecito amarillo y se acostó a mirar la televisión pero en todos los canales se hablaba de lo mismo.
Apagó el aparato y trató de dormirse, pero las imágenes que tenía grabadas en la memoria se lo impidieron. Toda la sangre que salía en las películas no podía compararse con lo que había visto. Cuando por fin concilió el sueño, el reloj marcaba las tres de la mañana.

Despertó sintiéndose enfermo, pero sabía que no podía faltar al trabajo. Con la cantidad de papeleo y tanta ``evidencia ´´ que procesar, una par de manos extra nunca estaba de más. En la estación lo recibieron con la orden de pasar al despacho del comandante. Esas cosas no pasaban muy a menudo, lo normal hubiera sido que recibiera una llamada telefónica para darle indicaciones.

Le pidió que se sentara y comenzó a darle los pormenores del caso. Dijo que el sería el investigador en jefe, que era su oportunidad para hacer carrera. El jefe sonrió y le dijo que se retirara; tenía mucho trabajo que hacer.

Salió de la oficina y se sentó en su escritorio. Sentía que si se hubiera tragado dos huevos podridos no se encontraría mejor. Su estómago quería vaciar el desayuno, pero supuso que no era buena idea.

Llenó un par de informes sobre el día anterior y se montó en el coche patrulla con dirección a la escena del crimen. Cuando llegó, el forense aún estaba fotografiando los pequeños detalles. Los pedazos de la ropa de las víctimas parecían interminables y a Ray le pareció curioso que ambas llevaran lunares verdes en las camisetas.

Eran Andrea Loosel y Carla Smith. Nunca nadie las había visto y sus familias vivían al otro lado del país. Ray no alcanzaba a comprender como es que algo tan horrible pasara en un pueblo tan pequeño, pero lo que lo asustaba en verdad, era que aun no tuvieran a nadie detenido. No podía pensar en que alguien fuera capaz de hacer algo así sin dejar pistas, ni siquiera un cabello, nada.

Estaba enfrascado en sus pensamientos cuando el forense lo llamó. Por fin, un hilo que seguir.

II
En lo profundo del bosque se ven las luces de una cabaña. Dentro se esconde un cazador. Tiene sus armas a punto; afilados los cuchillos y bien engrasados los rifles.
Está asustado. No es la primera vez que hace algo así, pero siempre se asusta. Las voces en su cabeza le dicen que lo van a atrapar, que esta vez no lo salvará nada. Trata de ignorarlas, pero son cada vez más insistentes. Las lágrimas de rabia brotan de sus ojos y se levanta para destrozar sus cosas. Su respiración agitada rebota entre los árboles; tiene de nuevo esa sensación, esas ganas. Hoy saldrá a cazar.

III

Ray despertó en medio de la noche sudando. Estaba soñando con el caso, como le pasaba cada vez más a menudo. Desde que se lo habían asignado, no se lo había podido quitar de la cabeza. La primera pista que siguieron no los había llevado a ningún lado; era solo un pelo de oso. Seguían en un punto muerto. Las demás pistas tampoco sirvieron.

La causa de que se despertara no era solamente la pesadilla, el teléfono estaba sonando. Lo levantó y escucho una voz apurada diciéndole que se levantara rápido, tenían dos cuerpos más.

Maldijo por lo bajo y se visitó velozmente. Se tomó con prisas un café y salió de su casa. No había llegado a la esquina cuando se pregunto sin no había olvidado cerrarla.

Lo estaba esperando el jefe. Le dijo que tenía que apurarse con esto si no quería ser despedido. En su voz se apreciaba con exactitud que a él también lo habían despertado. Ray se encargó de tomar las fotografías esta vez. EL forense no trabajaba de noche así que también recogió los trozos de las muertas. Mujeres. Las dos veces habían sido mujeres. LA forma en que las mataba era de verdad horrible; siempre había que pasar horas limpiando y siempre se les escapaba algún detalle. Las vísceras estaban esparcidas por el suelo y las piernas y brazos cortados en cinco partes. Esta vez logró contener sus ganas de vomitar. Sabía que si lo hacía arruinaba la escena.

Le estuvo dando vueltas a todo en la cabeza, algo no encajaba. Se fue a la estación e hizo unas llamadas. Envió unas fotos y al poco tiempo le contestaron que a esas mujeres las habían cazado. Le dijeron que por la forma en que las habían destripado, estaban buscando a un experto y que por como las había maltratado debía se un hombre grande.

Las cosas se aclaraban en su menta a una velocidad asombrosa. Marcó otro número y pidió una lista con todas las licencias de cazador expedidas en el condado. Esta vez tuvo que esperar hasta medio día para recibirla. Mientras, las llamadas indignadas no dejaron de llegar. Tuvo que dar la orden de que o le pasaran llamadas. Cuando tuvo la lista de los cazadores en sus manos se sorprendió; más de la mitad eran mujeres. Revisándolo bien, la lista no le sorprendía en lo absoluto, en el pueblo casi todas las mujeres disfrutaban cobrando piezas y casi todas lo hacían mejor que los hombres.

Descartó los nombres femeninos y se concentró en los que sobraban. Por las fotos que los acompañaban pudo deshacerse de unos cuantos más. Después eliminó a los que vivían demasiado lejos y a los ancianos. Para cuando terminó, la lista tenía poco más de veinte miembros.

Se dirigió al domicilio que la encabezaba. Era un negro que vivía en un remolque cerca del bosque. Cuando abrió la puerta, le pareció bastante probable que alguien como él matara a dos mujeres blancas pero en cuanto comenzó a interrogarlo, se dio cuenta de que el hombretón era incapaz de matar algo más que no fuera un venado.

En la mayoría de las casas que visitó le ocurrió lo mismo, una primera impresión asesina y luego una actitud que la desmentía. Solo fueron tres personas las que habían despertado sospechas en Ray. Uno tenía cincuenta años y vivía en una cabaña. Dentro de su casa tenía más cabezas de ciervos y osos que fotos de su familia y cuando habló con él, se mostró evasivo y hasta violento en sus respuestas. Otro tenía las manos moradas y cuando le preguntó que le había pasado le dijo cortante que había tenido una pelea en el bar. Al último lo rehuían hasta sus hijos y su esposa tenía los ojos morados; éste fue el que más lo hizo sospechar; si era capaz de golpear a su mujer y a sus hijos porqué no mataría a cuatro desconocidas. Tomó nota mental de los tres sujetos y se dijo que los llamaría a la estación para tener una charla un poco más severa.

Al final del día solo le quedaban cinco casas por revisar. Las dos primeras fueron fáciles; estaban en pleno centro de Castle, pero la otra estaba dentro del bosque, así que decidió dejarla para el después. Por ese día había tenido suficientes tipos grandes y peludos.

IV

Las voces le advierten que la policía lo está buscando. No es la primera vez que lo hacen pero ahora suenan serias. Ya no siente ese impulso asesino. Sabe que en Castle Rock las mujeres duermen con miedo, pero él no las lastimará. Solo mata a esas putas sucias que se atreven a mirarlo, solo mata cuando quiere hacerlo.

Está tranquilo. Se acerca al refrigerador y saca una cerveza. La destapa y se la bebe de un sorbo; las voces se callan y lo dejan tranquilo, sabe que la policía no vendrá.

V

Ray McDonald no pudo dormir esa noche. Se quedó en la mesa de la cocina, comiendo un sándwich y bebiendo una cerveza. Estaba bastante preocupado pero creía haber hecho avances en la investigación. Por lo menos ya tenía sospechosos, pero no se lo diría a los medios, los hostigarían hasta la muerte.

Se acostó pasada la meda noche y estuvo dando vueltas hasta que amaneció. En la estación le dijeron que con esas ojeras parecía mapache. También le dijeron que pasara con el jefe. Se estaba convirtiendo en una costumbre, se dijo.

Entró en la oficina de Don Greyson y se sentó. El jefe le dijo que el caso lo estaba absorbiendo mucho, que era demasiado personal. Le preguntó si se encontraba bien y que si necesitaba descansar. Contestó que si y que no, pero se puso furioso cuando Don le dijo que él tomaría el caso. Le dijo con ira mal contenida, dijo que el caso era suyo y que había ahora que tenía sospechosos no se lo podían quitar. Don le respondió que si los sujetos de los cuales hablaban no acudían esa mañana a la estación, no solo le quitaría el caso, también el arma y la placa.

Salió de la oficina enojado. ¿Cómo (necesitas descanar) se atrevía a insinuar (quitarte el caso) que no podía (arma y placa) manejarlo? Se sentó en su escritorio y rompió la punta del lápiz cuando la presionó contra el papel. No tenía ni el humor ni la concentración para rellenar un informe así que revisó su agenda y recordó que le quedaba una casa por revisar.

VI

Las voces le han dicho que por la carretera viene una patrulla. Se levanta y se sujeta la cabeza; no debió haber tomado tanta cerveza. Se viste con lentitud y haciendo muecas. Toma sus cuchillos, su rifle y sale de su cabaña. Vista desde afuera, le parece solo un cuartucho, pero no necesita más. Con un lugar donde dormir y donde guardar sus trofeos le basta.

Camina en zigzag cubriendo sus huellas con una rama. Mira su sombra extrañado por el bulto que sobresale de su espalda. Detrás de él, se mueven muchas cosas, pero él no las ve, está demasiado absorto en alejarse de ahí.

VII

Ray tuvo que bajar de la patrulla porque el camino terminaba de forma abrupta, pero no tuvo que andar mucho; en la distancia podía ver una casucha de madera comida por la humedad. Se acercó y tocó la puerta. Esperó varios minutos a que alguien le abriera pero cuando nadie lo hizo, tiró de la manija y la puerta cedió sin dificultades.

Dentro se podía observar que claramente alguien vivía ahí y de acuerdo con su lista, ese alguien era Cartman Charmicael hijo. El único registro que se tenía de él era su certificado de nacimiento y su licencia de cazador. No tenía permiso para conducir ni antecedentes penales.

Solo había un cuarto por lo que registrarlo no le llevó mucho tiempo. No le pareció encontrar nada extraño, fuera de que alguien viviera en esas condiciones. La cama estaba pegada a la pared frete a ella estaba el único aparato eléctrico a parte del refrigerador: un pequeño televisor en blanco y negro. Abrió el refrigerador y en él solo había cerveza, un trozo rancio de queso y enormes cantidades de cecina de venado. Lo cerró y sacó una tarjeta con su nombre, su teléfono y su dirección aunque se preguntó para qué le serviría el número si no tenía teléfono. Detrás escribió `` He pasado a visitarle Señor Cartman, espero que se comunique conmigo ´´, después se dirigió a la salida pero antes de que tuviera tiempo de abandonar la cabaña algo llamó su atención.

De una caja de municiones vacía asomaba un pedazo de tela con lunares verdes. Tomó la caja y la abrió. Lo que vio dentro le hizo descartar a los demás sospechosos; había trozos de la ropa de las cuatro mujeres muertas. Ese era un momento crucial. No debía precipitarse o echaría todo a perder. Dejó la caja donde estaba y salió de la cabaña con el corazón latiéndole a mil por hora.
VIII

Ya se ha ido. Lo sabe porque las voces se lo dijeron. Al principio le asustaban las voces pero ahora estaba acostumbrado. Recuerda la primera vez que las escuchó y vuelve a ver la luna llena que brilla en el cielo. Parece hablarle, piensa, y segundos después escucha las voces. Si Cartman, somos la luna y te hablamos, tienes que ir a tu casa por el rifle, tienes que ir a tu casa por tus cuchillo, tienes que buscar a esa zorra que te ha estado mirando y tienes que matarla. Mueve la cabeza y los recuerdos se desvanecen. Había matado a la (zorra que te ha estado mirando) mujer, vaya que lo había hecho y había dejado California. Lo mismo le pasa en Arizona y en Boston.

Se detiene y mira hacia atrás. Las voces le dicen que puede regresar así que lo hace. Entra a su cabaña y mira el desorden que el policía ha dejado. La puerta del refrigerador está movida y puede asegurar que le faltan cervezas. El queso se echó a perder y en la mañana estaba bueno. Da media vuelta y busca su caja. Son sus trofeos; por lo menos no ha visto esos. Pasará por la estación mañana, después de todo tiene que mantener las apariencias.

IX

Llegó a la estación e informó de inmediato a Don. Él le dijo que tuviera cuidado, y que antes de arrestarlo se asegurara de hacerle un buen interrogatorio. Incluso le recordó como hacerlo. Ray se limitó a asentir y forzar una sonrisa.

Cuando se sentó en su escritorio tenía la cabeza despejada, mierda tenía la cabeza como si hubiera aspirado una buena línea de coca, pensó. Tomó de nuevo los informes de aquella mañana y los completó en un instante. Estuvo esperando con nerviosismo toda la tarde pero Charmicael no llegó.

Esa noche tampoco pudo dormir, pero esta vez era a causa de la emoción. Sabía que no estaba bien sentirse feliz, pero no podía evitarlo; era su primer gran caso y estaba a punto de resolverlo impecablemente.

Al día siguiente entró a la estación con un humor mejor del que había tenido desde hacía mucho tiempo. Ni siquiera los comentarios del jefe lo harán sentirse peor.

Se prepara para salir; lleva su rifle colgado de la espalda. Camina rápido, no quiere perder el tiempo.

Se sentó en su escritorio y se puso a esperar. El día sería demasiado largo y aburrido antes de que llegara el culpable.

Ahora puede ver la Estación de Policía del Condado de Castle, el rifle es invisible a los ojos de todos y las voces le aseguran que nada puede herirlo. Antes de dirigirse allá, les ha dejado otro regalo. Nunca lo atraparán.

Ray puede ver a Cartman entrando por la puerta principal antes de tomar el teléfono. La alegría que creyó inquebrantable durante la mañana se acababa de desmoronar en un instante. Más cuerpos.

Se acerca al escritorio de McDonald y saca el rifle. Tiene tiempo de hacer dos disparos antes de que una lluvia de plomo se cierna sobre él. Lo último que pasa por su mente es que las voces le han mentido. Sus carcajadas hacen eco en su craneo antes de que reviente por las balas.

X

Ray McDonald está tendido en el suelo con dos enormes agujeros calibre .50 en el pecho. El suelo se puede ver a través de ellos. A su alrededor toda la policía, sus amigos está llorando. Todos menos Don Greyson. Él solo menea su pequeña cabeza de lado a lado y dice: ``Mierda, tenía una carrera brillante por delante´´.

El extraño caso de los molinos --- Guillermo Bertini

El extraño caso de los molinos
Guillermo Bertini


La denuncia había llegado a la seccional policial del departamento de Los Molinos pasada la medianoche. Un lugareño daba cuenta de que un automóvil se había desviado de su curso sobre el camino de cornisa y se había desbarrancado unos 50 metros, para quedar semihundido en las aguas del lago. Dentro del vehículo se hallaba el cuerpo de una mujer.

El timbre del teléfono lo despertó súbitamente. El oficial Camaratta profundamente dormido yacía desparramando su desnudez al lado de su joven amante. Había sido una ardorosa noche de lujuria y placer.
-¿¡Inspector!?- sondeó con temor el agente de guardia
- ¿¡Y ahora qué pasa…!? – contestó muy molesto el oficial.
-Se produjo un accidente automovilístico en la ruta 5 a la altura del kilómetro 68 y el Jefe ordenó que Ud. se hiciera cargo del caso. Parece que se trata de un femenino muerto y… La comunicación se cortó violentamente.

Gustavo González era un importante empresario de la construcción. Su relación matrimonial no pasaba por un buen momento con su esposa, dueña de una boutique. Si bien el negocio prosperaba, en lo sentimental, las cosas no andaban nada bien. Desde hacía tiempo, ella trataba de mitigar su depresión bebiendo alcohol y tomando estupefacientes. Por eso nunca conducía el automóvil.
Ese día, su marido la había persuadido para que realizaran un viaje de fin de semana a Córdoba. Él tenía que viajar por asuntos de negocios. Al principio ella se rehusó, pero finalmente accedió con la esperanza de que la relación conyugal mejoraría.
Emprendieron el viaje un viernes por la noche. A la altura de la localidad de Los Molinos, el automóvil comenzó a fallar y decidieron detenerse en un Motel. En la habitación contigua Martín Vedia y Emma Van Riet miraban televisión y bebían cerveza. Una hora después, González retomaba el viaje a la ciudad de Córdoba en compañía de una mujer.
Al amanecer, González y su acompañante se habían registrado en un lujoso hotel de la ciudad. Después, él se bañó, se cambió y salió con prisa para no llegar tarde a un importante encuentro de negocios. Terminada la reunión, González pasó a buscar a la mujer por el hotel y juntos fueron a almorzar a un exclusivo restaurante. Durante la comida, ella abusó del alcohol. Inesperadamente, se levantó de la mesa como un rayo y sumida en un ataque de locura protagonizó una escena de celos. En seguida comenzó a gritar y a arrojar la vajilla contra el piso y las paredes. Así lo relataron la camarera, y otros comensales, en su declaración testimonial.
Entrada la noche, y ante la mirada absorta de varios huéspedes y empleados del hotel, la pareja mantuvo una fuerte discusión que no llegó a mayores porque intercedió el conserje. En esas circunstancias, ella lo había sentenciado que pediría el divorcio y que esa misma noche regresaría a Bs. As. En presencia de todos dejó bien en claro su firme determinación de no volver a verlo nunca más. Luego se retiró muy ofuscada, y presurosa se dirigió a la cochera. Se fue en el mismo auto que habían llegado. Pasadas dos horas, González recibió un llamado telefónico.
- Ella acaba de llegar - se escuchó en el Nextel
- Listo… ¡háganlo ya!- ordenó González.

Con los primeros rayos del sol Camaratta llegó al lugar del accidente. Su estado era deplorable y no podía disimular el malhumor. Los bomberos realizaban las maniobras previas al rescate y una vez retirado el cuerpo sin vida de la mujer fue puesto sobre una camilla. Con cuerdas y arneses, lo subieron hasta el costado del camino. Allí aguardaba la ambulancia que lo llevaría hasta la morgue judicial. Mientras tanto, los peritos inspeccionaban el coche tratando de determinar si el accidente se habría provocado por alguna falla técnica.
Cerca del mediodía Gustavo González fue avisado del accidente sufrido por su esposa y se le informó que debía presentarse en la seccional policial para prestar declaración testimonial. Los datos del vehículo y de la mujer fallecida coincidían con los registrados en el libro del hotel.
Después de recibir la noticia, González hizo un llamado telefónico.
- Ya está acreditada la guita en tu cuenta- se apresuró a decir.
Luego, partió en un taxi con destino a la morgue judicial del hospital de Los Molinos. Debía reconocer el cuerpo de su esposa.

La seccional de policía olía a churrasco quemado. González se acreditó en la mesa de entrada y pidió hablar con Camaratta. Después de esperar algunos minutos entró a la oficina del oficial. En la puerta se leía un corroído cartel que decía: Departamento de Investigaciones. Insp. Camaratta. El oficial se balanceaba sobre un destartalado sillón giratorio. “Este es el tipo que me jodió la noche” -pensó – mientras lo invitaba a sentarse sin saludarlo. Después de corroborar los datos personales y otras formalidades comenzó a tomarle declaración. Al costado del escritorio, otro miembro de la fuerza hacía malabares para escribir “con dos dedos” en una vieja Remington. González respondió con seguridad las preguntas del oficial, pero no podía disimular lo incómodo de la situación. Culminados los trámites de rigor y habiendo reconocido el cuerpo de su esposa, el Inspector le autorizó el traslado y le prometió que iba a tenerlo al tanto de cualquier novedad.
Al día siguiente llegaron dos sobres a la oficina del Inspector Camaratta. Uno contenía los informes del peritaje técnico del automotor, donde los peritos se expedían categóricamente: las causas del accidente no se debieron a fallas técnicas del automóvil. En el otro, el médico forense señalaba que las contusiones y heridas que presentaba el cuerpo de la mujer fueron producto del accidente y no de otras causas. En las conclusiones se expresaba que los análisis de sangre habían revelado la presencia de barbitúricos y otros medicamentos psiquiátricos. Agregaba además, que le había sido extraída gran cantidad de agua de los pulmones. El reporte daba por cierto que las causas que provocaron el deceso habían sido la pérdida del control del vehículo y consecuentemente la asfixia por ahogo.

En algún banco de la ciudad de Bs. As., una mujer había realizado una transferencia al exterior por una importante y jugosa suma de dinero. Después tomó su valija y se dirigió hacia el aeropuerto de Ezeiza, donde abordó el vuelo de las 18.35 con destino a Bruselas.

El Inspector Camaratta introdujo el expediente en un gran sobre de papel madera, humedeció la pestaña con la lengua y lo cerró a golpes con la palma de la mano.
Un tiempo después, el juez descartaba la hipótesis de un atentado y archivaba definitivamente la causa, estableciendo que se trató de una muerte por accidente derivada de la conducta imprudente del conductor.

Los húmedos cuerpos desnudos y exhaustos descansaban sobre la descomunal cama de un lujoso piso de la Av, Libertador. Descorcharon la botella del champagne francés y se besaron apasionadamente…
- ¡Te amo!- dijo Gustavo González.
- ¡Con toda mi alma! – respondió Martín Vedia

La bomba bamba -- Pedro E. Payac Ojeda

La bomba bamba
Pedro E. Payac Ojeda


Esta historia relata una de las miles de intervenciones de una Unidad Policial ante un posible artefacto explosivo, veamos lo que sucedió…

Eran las 9 de la noche, la luna apenas se había asomado y las estrellas titilaban cual luciérnagas en el firmamento chiclayano, el personal de servicio de la Unidad de Desactivación de Explosivos (UDE), se encontraban, algunos fumando, otros atentos a las hermosas mujeres que por ahí circulaban, otros cumpliendo atentamente su servicio, cuando una llamada telefónica vino a “revolucionar” el macizo local policial.
- Aló, buenas noches, Policía Nacional a sus órdenes, se le escuchaba decir al Comandante de Guardia, un veterano y todavía ágil policía.
- Señor, es una emergencia, estoy hablando desde Lambayeque, al otro lado de la línea se escuchaba una voz masculina de hablar pausado y nervioso, frente al Museo Brunning han dejado un paquete, su voz casi temblaba, creo que es una bomba.
El Comandante de Guardia tomaba nota de todos los datos, a veces hacía preguntas y más preguntas, con la finalidad de verificar la información.
Corría los días y meses del año 85, la subversión en nuestro país estaba ocasionando estragos en la Policía Nacional, Fuerzas Armadas, en la población civil y en los lugares públicos.
La población vivía atemorizada por los constantes apagones y las acciones terroristas, la UDE – PNP., tenía bastante trabajo. Esa noche iba a ser una larga jornada.
Se le dio cuenta de esta novedad al Oficial de Servicio.
- Que esté lista una unidad móvil con personal de la UDE, ordenó.
Al momento cuatro efectivos de la UDE, el Oficial de Servicio y su adjunto, luego de revisar todo el equipo necesario para estos menesteres y de persignarse, en estos casos Dios es el único que los protege, abordaron la camioneta RAM CHARGER de color verde, verde como el color de la esperanza, esperanza de regresar con bien, sanos y salvos, de esta patriótica, pero peligrosa labor.
Salieron por la avenida Balta, con circulina y sirena funcionando, a toda velocidad, abriéndose paso por la avenida Bolognesi hasta la avenida José Leonardo Ortiz y luego doblaron por la avenida Salaverry, rumbo a la ciudad evocadora.
Los vehículos que a esa hora se desplazaban a Lambayeque, y que estaban acostumbrados a esta clase de hechos, abrían camino para que la unidad policial llegase prontamente a su destino: salvar vidas y proteger la propiedad pública y privada. La camioneta se estacionó entre las calles Huamachuco y Atahualpa, casi a la entrada de la ciudad, los policías del Destacamento del Museo ya se encontraban acordonando el lugar.
Los recibió un Suboficial quien les indicó el lugar exacto donde se encontraba el “paquete maldito”.
La fachada era de color celeste, de material noble, de un piso, se observaba un jardín amplio, rodeado de rejas, daba la impresión de ser una cárcel. En una parte de la reja estaba colgada una bolsa de tela color oscuro, oscuro como su contenido.
El personal de la UDE., tomó su emplazamiento, mientras bajaban de la camioneta sus implementos uno de ellos se acercó con sumo cuidado, en puntas de pie, como cuando los maridos llegan tarde y borrachos a sus casas para que no los descubra la señora, y observó detenidamente aquél, aparentemente inofensivo, peligroso paquete.
Para la desactivación de un artefacto explosivo, se siguen dos técnicas: por la desactivación de sus componentes, fulminante, cordón detonante, mecha lenta; y por destrucción, consiste en colocar un fulminante y mecha lenta al paquete y hacerlo explotar en un lugar donde no cause daño.
El más antiguo del grupo ordenó traer el gancho para jalar el paquete, pensaba que al jalarlo éste explotaría, dos del grupo se acercaron sigilosamente y elevando una plegaria al todopoderoso colocaron el gancho, jalaron y por instinto de conservación se arrojaron al piso para cubrirse de una posible explosión. Pero nada. No había explotado, el peligro seguía latente.
Fue entonces que se tomó la decisión de cortar las amarras que lo sujetaban a las rejas, con la finalidad de que al caer explote. Uno de los integrantes de la UDE, al ser ordenado que realice esta maniobra, por ser el más “palillo”, el menos antiguo, objetó: “Yo soy soltero, que vaya otro, al menos déjenme conocer a mis hijos, a mi todavía no me llaman papá”. Entonces se escuchó una voz que decía: “PAPA”. Y los demás al unísono le gritaron: “Ahora si puedes ir, ya te llamaron papá”, causando la hilaridad de los presentes en ese tenso momento.
Todavía sonriendo, se encaminó al paquete, sereno, tranquilo, tratando de no cometer errores, pues, su primer error sería el último. Respiró profundamente, estiró la mano con la navaja, cortó las amarras, el paquete cayó pesadamente a la acera. No explotó. Estando el paquete en la vereda, se determinó desactivarlo por destrucción, se le colocó un fulminante con mecha lenta y se procedió a hacerlo explotar.
Se escuchó un sonido no muy fuerte producto del fulminante, pero el paquete, cual terco animal, seguía igual.
El oficial entonces dispuso subir el paquete a la camioneta con la finalidad de llevarlo a un lugar desolado.
Luego, todos subieron a la RAM CHARGER. Nadie hablaba, claramente se escuchaban los latidos acelerados de sus corazones, parecían los tambores de guerra de una tribu amazónica.
Al llegar a la entrada a Chiclayo, el oficial ordenó estacionar el vehículo a un costado de la carretera, después con un palo sacaron el paquete y lo arrojaron a un descampado. Todos retuvieron la respiración. Ahora sí explota, pensaron. Pero nada. Con la ayuda de un reflector alumbraron el paquete y uno de ellos se acercó resueltamente y de un tajo, lo cortó. Grande fue su sorpresa cuando descubrió que el paquete contenía: una botella rota con residuos de chicha, dos portaviandas con restos de comida, una cuchara, un mantel de costalillo de harina, todavía se podía observar, un tanto descolorida, la marca “Harina Santa Rosa”.
Esta era la “bomba”, que los había hecho sudar la “gota gorda”.
Abordaron la RAM CHARGER, alegres, carcajeándose durante todo el recorrido. Al llegar al local de la UDE., el personal de servicio, que esperaban ansiosos noticias de sus compañeros, se alegraron cuando los vieron llegar sanos y salvos. “Gracias a Dios, les fue bien”, pensaron.
Siguieron al Oficial, quien en forma muy policial, se cuadró ante el Mayor, Jefe de Cuartel, y luego de saludarlo gallardamente, dijo:
- Permiso, mi Mayor, artefacto explosivo conteniendo: una botella rota con residuos de chicha de jora, portaviandas con comida, cuchara y mantel, sin novedad.
Una risa franca, sincera, alegre, solidaria, se escuchó por todo el local policial, contrastando con el silencio de la noche.
Esta vez había sido Sin Novedad.

¿De donde vienen las tragedias? Jeison villalba

¿De donde vienen las tragedias?
Jeison villalba



Filomena Carpajo de 52 años de edad, vivía junto a su esposo Plutonio Carimba y sus tres hijos: Rember, Carmelo, y Eufrasio, en una lejana y selvática población del sur de tierralta. El lugar tornaba un ambiente solitario, la casa era de tablas con un techo pulido en fina palma de cera, el piso aterronado y húmedo fatigaba a Plutonio cada vez que se levantaba de su rugosa y remendada hamaca, y el temor que flotaba por los alrededores, en especial el que tenía Filomena de que en cualquier momento la guerrilla acabaría con lo que ellos durante muchos años habían criado y cultivado.

Una mañana, Filomena estaba sentada en su taburete mientras las urracas aclamaban la llegada de un fuerte aguacero. Rember y Carmelo limpiaban el cultivo de hortalizas y Eufrasio junto a su padre cortaban grandes gajos de plátano para el desayuno. De pronto, Filomena escucha unos disparos y muy asustada empieza a gritar:
Pluto! Pluto!!
“Se metió el ejercito”
Corre!
Plutonio manda a Eufrasio donde su madre para ver que sucedía, este sale corriendo y se tropieza con una gruesa raíz de un árbol de mango, rápidamente se levanta y mientras se proponía avanzar, observa varios hombres vestidos con ropas de manchas verdes y unas botas pantaneras muy lustradas, entre sus brazos llevaban varias “escopetas” y descendían de la montaña que estaba detrás del pilón del frente de la maracuyá debajo del mango por encima del loro que charlaba día a día con Rember.

Sin prestarle mucha atención a lo que había visto, Eufrasio llega a su casa y encuentra a sus dos hermanos debajo de la cama, y su madre arrodillada orando frente a una vieja foto de la virgen, mientras las gallinas cacareteaban como si ya fuesen a poner. Filomena lo toma del brazo y lo esconde debajo de la cama junto a sus otros hermanos. Una lagrima de sudor deslizaba sobre sus lucias mejillas, cuando de momento, hay un sesee al fuego, Filomena se pone de pie y se asoma a la descubierta y enterrada sala. Lo primero que ve, es desastroso. Pedazos sangrados de la cabeza de se esposo plutonio, y un gran suspiro marca en ella, una fuerte aceleración cardiaca, de pronto, Eufrasio escucha un leve ruido; como si algo se hubiese caído, sale debajo de la cama y se asoma a la sala, trinchado de dolor cae arrodillado frente a sus padres muertos ya por el suelo. Sus dos hermanos escuchan su llanto y salen a ver lo sucedido. Era horrible. Eufrasio no sabía que hacer, tenía tan solo 16 años y no contaba con nadie cerca mas que sus hermanos en especial Rember quien era un año mayor que Carmelo de 11. Los llantos de sus hermanos atormentaban sus oídos, entró un momento crítico de desesperación en el cual lo único que se le ocurrió fue llevar a sus hermanos a las orillas de las crecidas aguas de una quebrada cercana al cultivo de arroz donde los lanzó sin ninguna piedad, mientras estos chapoteaban tratando de salvar sus miserables vidas. Se quedo observándolos con una marca de tristeza y dolor en el rostro, pero a la vez con una cruda satisfacción y una leve tranquilidad amarga.

No se ha sabido nada más de él, nadie en el pueblo ha vuelto hablar de ese suceso, nunca se supo en realidad lo que paso con la familia Carimba. Hasta el día de ayer donde sale publicada la noticia de que un coronel del ejército, había acabado con la vida de todo un batallón de hombres, instalando una potente bomba en las instalaciones de la brigada 11 del ejercito. Según las noticias, el coronel Carimba Carpajo Eufrasio miguel había sufrido un desequilibrio mental por causa de un pasado oscuro que lo llevo a la tragedia. Se dice que fue por venganza, otros decían que era igual de loco a los demás, y otros afirmaban que la guerra y el recuerdo de su niñez propiciaron su “frágil” actitud.
El pueblo ha guardado esto durante mucho tiempo, unos por miedo a que lo maten, y otros simplemente deciden ignorarlo, aun después de dos años de haber leído la cruel noticia. Tres meses después de aquel acontecimiento, sale en el periódico nacional de Colombia:
“pueblo de Tierralta confunde a militares y guerrilleros. 15 años atrás fue encontrada la familia del coronel que asesinó a todo un batallón. Se encontraban muertos en su propia casa, y sus dos hermanos carcomidos a las orillas de una quebrada”
El pueblo dice que fue el ejército. El ejército afirma que fue la FARC.

Y así queda impune y enterrada, una tragedia más de este apartado pueblo colombiano. 

La promesa -- Perla Guijarro

La promesa
Perla Guijarro


El sol emergía entre las montañas que rodeaban al pueblo. A lo lejos el aullido persistente de los perros rompió con la calma. Las nubes se tornaron negras de pronto y la neblina llegó de quién sabe dónde, para destruir el sosiego que había reinado en Segarra durante muchos años.
- ¿Ésta muerta?-preguntó lentamente; como si las palabras que arrastraba no estuvieran llenas de curiosidad.
- Eso parece- contestó el jefe de la policía, que había llegado hasta ahí guiado por los gritos. Movió el cuerpo de la joven con el pie.
- ¡Oiga, no haga eso!, ¿qué no es capaz de un poco de respeto?- le gritó él.
- En cuestiones como estas, ¡el respeto me importa un carajo!; además, ¿usted que chingados está haciendo aquí?
- Yo la encontré y; además, era su amigo.
- ¡Ahhh, entonces está usted detenido!
- ¿Detenido? ¡Pero está usted completamente loco!, ¿por qué quiere llevarme detenido?- dijo estupefacto.
- Pues porque usted es el principal sospechoso; estaba aquí cuando llegué y ; además, todo mundo sabe que un hombre y una mujer no pueden ser amigos.
- ¿Y eso qué tiene que ver, pretende detenerme sólo por esa estupidez?- replicó furioso.
- No, lo detengo también por estar jodiendo…
La noche cayó en las calles de Segarra acompañada con el sonido de los grillos y el rumor lejano del río que bordeaba el pueblo. Las casas con sus puertas cerradas parecían albergar pequeños y tranquilos mundos; sin embargo, tras de esas puertas se fraguaban historias que nada tenían de tranquilas.
- Dicen que fue el otro maestro el que la mató.
- La señora de la fonda escuchó cuando él le confesaba al jefe de la policía que eran amantes.
- A mi me dijeron que la mató porque estaba celoso del Doctor Martínez, ya ves que desde el mes pasado ella empezó a ir bien seguido a su casa, ¡que dizque porque estaba enferma!
- ¡Ja, se ha de ver ido a dar sus buenos revolcones con el Doctor!
Miró por la pequeña ventana que daba hacia la calle. Ahí adentro el calor era inimaginable y el olor lastimaba los ojos. Le parecía que la celda se volvía más pequeña y asfixiante conforme pasaba el tiempo.
- ¡Tú, arrímate pa’ca!- dijo el policía.
Aturdido, no se movió ni respondió.
- ¿Qué no estás oyendo cabrón?- gritó el uniformado.
- Yo no la mate- dijo de pronto.
- Entonces, ¿quién fue?
- ¡No sé, ya le dije que no sé!, éramos amigos; pero cuando llegue a la escuela ya estaba ahí tirada. Muerta.
- ¡Y a poco piensa que le voy a creer! Los chamacos dicen que cuando llegaron ella estaba tirada y que usted estaba ahí.
- ¿Y qué es lo que les estoy diciendo? ¡Llegué y estaba muerta! En eso llegaron mis alumnos, y fue cuando se armó el escándalo. ¡Usted está loco! ¡Esta empeñado en acusarme y todo porque no le caigo bien, yo no la mate!- gritó desesperado.
El policía le dio la espalda; él se dio cuenta de que ignoraba sus palabras. Intentó cambiar de actitud con el fin de intentar conseguir un arreglo.
- Disculpe si le he hablado de manera impropia; pero comprenda que mi situación es desesperante y pues, ¡no es para menos! Pero estoy seguro que esto se arreglará. Soy inocente y no me pueden culpar de algo que no hice.
- ¡Ja, ja!- rió estrepitosamente el policía- ¡a que maestrito tan ingenuo! ¿De cuándo acá no se puede culpar y encerrar a alguien que es inocente? ¿Pues en que país cree usted que vive? ¡No sea pendejo, si se me da mi gana puedo conseguir que lo manden a un reclusorio de esos de máxima seguridad, haber como le va ahí!, ¡ja, ja!- Se sentó mientras rascaba su grasienta calva- Ya mejor cállese no gaste saliva.
- Pero… ¡tengo derecho a un abogado!- la desesperación se apoderaba más de él.
- Puede que mañana venga el tinterillo del pueblo a ofrecerle sus servicios; eso sí usted le cae bien; sino, ¡ya se jodió!
Se dejó caer en un rincón de la celda sin importarle el desagradable olor que emanaba del piso. En su mente todo era confuso; el asesinato; las acusaciones; su amiga a la cual pudo ver la noche anterior cuando ella se dirigía a casa del Doctor.
- ¿Estás segura?- le dijo
- Completamente; ¡ella también está enamorada de mí!
- Pero, ¡está casada y uno de sus hijos es tú alumno!
- Por lo mismo, ¡tienes que jurarme que no le vas a decir a nadie; júrame que aunque sea cuestión de vida o muerte, no le vas a contar esto a nadie!
- Pero… es que- vaciló.
- ¡Por favor!, si esto se llega a saber su marido la puede matar a golpes, además el pobre niño también sufriría las consecuencias. Y lo más importante; piensa en mis padres, ellos crecieron aquí y si la gente se entera sufrirán mucho, ¡y eso no puedo soportarlo!.
- Esta bien, no le voy a contar a nadie, jamás; pero por favor, cuídate mucho; dicen que el Doctor es de armas tomar; he escuchado que ha balaceado a más de uno por poquedades; ¡imagínate si lo llega a descubrir!
- No te preocupes, seremos cuidadosas. Te prometo que nada va a pasarme.
La mañana lo sorprendió sin dormir, se sentía cansado y enfermo.
- ¿Por qué no cumpliste tu maldita promesa? ¡Me mentiste, dijiste que nada te pasaría!- murmuró cuando el tañido del campanario le avisó que la misa acababa y la procesión se dirigía al cementerio.
- Buenos días- interrumpió sus pensamientos un joven alto y desgarbado- Soy José Gutiérrez, vengo a ofrecerle mis servicios; soy abogado.
- Buenos días, sé quién es usted. Me alegra que viniera, ¡creí que ni siquiera me iban a dar la oportunidad de defenderme! Supongo que ya me conoce; soy Bruno Márquez, el maestro de la primaria.
- Entiendo, ¡en este mugre pueblo se hace lo que al jefe de la policía y al Presidente Municipal se le da la gana! Y sí, ya había oído hablar de usted. Mi hermana es su alumna.
No le respondió, se sentía demasiado cansado como para iniciar una plática que en nada ayudaría a su situación. El abogado pareció entender su silencio porque agregó:
- Dígame, usted que era tan amigo de la maestra, ¿Sabe de alguien que quisiera matarla?
- No- mintió- Laura no tenía problemas con nadie- dijo mientras imaginaba al Doctor en medio del salón de clases, disparándole a quemarropa a su amiga.
- ¿Está seguro?
- Sí- Mintió de nuevo.
La tarde cayó en Segarra. La plaza principal se fue vaciando; los perros se desaparecieron en los solares baldíos; disputándose a las únicas dos hembras de la cuadra.
Solo, en mitad de la celda, pensó en Laura; en su sonrisa perfecta y contagiosa; en sus ojos grandes –enormes de hecho-; en el olor que emanaba de su cuerpo; en la manera en que lo miraba cuando estaba triste. Recordó la tarde en que ella le confesó sus preferencias sexuales.
- Me gustan las mujeres, quizá por eso te adoro tanto; ¡porque compartimos los mismos gustos!
Ahora, al recordar aún sentía ese vacío en el estomago; esa rabia recorriéndole el cuerpo; los celos detenidos en sus puños; su voz temblorosa cuando preguntó:
- Y… ¿estás con alguien…? ¡es decir! , no sé cómo preguntar.
Ella sonrió con tranquilidad, como si entendiera su turbación.
- Aún no, pero creo que le gusto a la esposa del Doctor-contestó.
- ¿Y ella… a ti?
- Sí- dijo sonriéndole con complicidad.
Los mismos celos; la misma rabia de aquel día le revolvieron el estomago. En su mente se arremolinaron de nuevo las imágenes del día anterior: el Doctor saliendo de la primaria con un arma en la mano; ella tirada en el piso, desangrándose; con los mismos ojos de siempre; el mismo olor de siempre; sólo que… muerta.
- ¡Pendeja, estás muerta por pendeja, y yo soy más pendejo por cumplirle la promesa a una muerta!- dijo mientras golpeaba con su puño la pared.
La tarde cayó errante por las calles del pueblo. Las puertas se fueron cerrando una a una.

- ¡Te lo dije! Ya confesó que la mató porque eran amantes. Pos claro, ¿cuándo se ha visto que un hombre y una mujer pueden ser amigos?

PORQUE. TE. LLEVASTE. MI. CAMISA AZUL. , Matias. Olivares. Gazitua.

PORQUE. TE. LLEVASTE. MI. CAMISA AZUL.
Matias. Olivares. Gazitua.




Odioso despertador. El relojero había mencionado que los resortes se encontraban a un impasse de quebrarse, contaba con que esta mañana su chirrido retumbaría en mis oídos, una cita importante me aguardaba, y no toleraba atrasos, el don de la puntualidad le era exquisitamente apreciable, no tuve alternativa, y comencé a realizar amagues con el brazo. Reiteradas veces conté la distancia entre la pieza y el tarro de porquería que permanecía adherido a la tina, sostuve la convicción de aventarlo porque a estas alturas era lo mejor que podía hacer, las perillas oxidadas tomaron un peculiar color castaño oscuro, estuve expectante todo el trayecto hasta el momento de la caída, cuando éste lanzó su último “ring”… Fue buena muerte, tomé una ducha y desde el ventanal observé que las nubes retorcidas cubrían el extenso cielo, marzo aguardaba frio, obscuro y lluvioso. Según los meteorólogos, habían pronosticado para toda la zona central ciclones de bajas temperaturas, brumas durante el día y camanchaca en la madrugada, especial para llevar mi camisa azul. Esta fría mañana, me hizo recordar el arribo de una carta: “Era un primo en segundo grado, y me pedía que no me extrañara, lo que pasa, (decía) es que por circunstancias adversas he vivido lejos de la ciudad, siendo niño tuve la inquietud de conocer a mis primos mayores, pero mis padres nunca me autorizaron a realizar mi voluntad, hasta que con la muerte de ellos me convertí en una persona independiente”. Estrechar lazos con un extraño era excesivo, en la casa teníamos por norma no hablar con los vecinos, no eran malas personas, pero un gesto amable echaba una mano al disimulo. Era una rutina, la misma que en la casa, acostarse temprano para el siguiente día recorrer las calles del centro, apremiado por ser el asentador, por el terror de no conseguir satisfacer las obligaciones de cada día. Ver a mí esposa preparar la comida con entusiasmo, entender a los niños que jugaban hasta tarde como delfines y protestaban no tener sueño, después al venir la noche, ese silbido hondo resbalaba por los techos de la casa sellando sus ojos. Era hermoso. Ahora vivo entre recuerdos, y ecos que golpean el pasado de la casa, y cada año en el mes de abril rememoro su muerte en lo ancho de mi habitación. Mas tarde de lo habitual fue la cita con Segundo, no todos los días muere un correligionario, más bien eran mañas de un viejo marginado no admitir un atraso, y me apoye un momento en el respaldo de la cama. El Café España era un céntrico café de la capital, una taberna agrietada de color gris del siglo xlx, de aroma excitante y luctuoso, con un leve aspecto country en la entrada. Ciento treinta años de fama y medallas exhibidas predominaban en toda su cuadratura, visitado por millares, era la cúspide. Dentro de toda esa condensada gama de gente estaba su pesada anatomía soportada por la silla de la mesa, el café, y un cenicero lleno de colillas que resonaban doblemente impaciente…, entretanto movía la pierna aguardando, escuchó un idilio en la mesa de al lado;--¡Hablaste con él esta mañana!--¡No, necesito mas tiempo!--..¡Estamos profanando…! Todo Lo que quieras,-le dije;- Pero te amo inmensamente…Y te he amado siempre…¡Lo sabes…!¡No, no sé!-¡Sí, lo sabes!-Dime que estás convencida de cuanto te amo!¡No ves que me estás haciendo sufrir de un modo horrible!--Al sentir que sus manos temblaban en las suyas, dulcemente le dijo: -¡Escúchame te digo;!¿No te das cuenta que también te quiero con toda el alma, y que sin ti me muero?-¡Te amo inmensamente…,te amo cada día más, Armando…, pero ahora debo irme, debo regresar…, después le susurro algo en el oído y en seguida la beso… Su bella silueta y su boca que fueron cálidamente besadas avanzó de prisa en medio de las mesas del bar, en silencio Armando la contempló por una eternidad, hasta desaparecer…Ese hombre conservaba los modales de un amante perfecto, portaba adentro un brío que remontaba a los cimientos de la aristocracia familiar mas reservada, pero inaccesible, inclusive para la figura mas bella que habitara la orbe, sin embargo el filo de la duda de un amor tardío, que brotó en el ocaso de un encuentro súbito a orillas donde revientan las ultimas olas, destrozaba la esperanza de hacerla suya perpetuamente. -Pidió la cuenta; -¡Aquí tiene señor! ¡Que tenga buen día….! Segundo no deseaba avezar una familia, totalmente abúlico se abastecía con los negocios de su padre. ¡Mujeres, son unas tontas!, decía; ¡Egoístas de primera clase! .De pronto sacudió la cabeza y con voz fuerte y arrogante me habló;--¡Llevo un año esperándote!--¿Qué sucedió?--¡Te olvidaste!-- ¡Quince minutos, el reloj no sonó y tuve…! ¡Ah deja eso para más tarde!--¡Siéntate y tomate un trago conmigo!--. Llamó al mozo, y esta vez pidió dos espumosas garzas de cervezas. Estás igual que el año pasado le dije; teniendo en cuenta que su robustez había excedido su envoltura. –Sí, el sobre peso me ha dañado la espalda, tengo dolores en los tobillos, y las rodillas me suenan como acordeón. Pero, no es todo; -Igualmente me diagnosticaron una enfermedad en la sangre, y la diabetes que tengo es hereditaria.--Entonces debieras….--No seas catastrófico me interrumpió, echado para atrás empinando el vaso…-Me tiene sin cuidado exclamó;—Te diré que los de bata blanca, son los peores comerciantes del siglo, recorren los pasillos de los hospitales visitando enfermos como si nos hicieran un gran favor, y esto cuando lo realizan, lo mismo ocurre con los meteorólogos, te dicen que va a llover, pero sale el sol.--¡Dos más!—Enseguida señor…., como te decía, se aseguran entre ellos, son una mafia de segunda clase, agregó.- ¡Y tú, después de todo, una blancura te ha brotado del cabello, dicen que de mucho pensar aparecen las canas!¡El smog de la ciudad…!-Durante años te he invitado al campo, pero titubeas. –Estoy casero, y además no hay tiempo le manifesté… --¡Todavía andas como un mendicante por la vida!-¡Terminarás volviéndote loco! –Fuimos privados el uno del otro. Una tarde la encontré tirada en el piso ultrajada en todo su cuerpo, intenté ayudarla, pero fue demasiado tarde, estuve detenido como principal sospechoso por el cargo de homicidio. Durante meses buscaron como topos convencidos que yo tenia oculto los cuerpos… No olvido aquello, aun puedo oler su sangre cuando me acuerdo…--¡Ves!... la policía no interviene, no merecen la pena, se presentan cuando ya aconteció la desgracia, son unos “imbéciles”, vocifero; --¡Cuidado, baja la voz!— ¡Donde vamos a llegar, chapurreo entre dientes!; no te ofusques, no tiene caso le dije. Salí a respirar un momento; Segundo fue al urinario, rumiaba como león enfermo, de vuelta la conversación comenzaba a declinar cuando me examinó con la vista;--¿Por qué no traes puesta la camisa azul?—Confiaba que me lo dijeras tú.--¡Pero…!-Hoy se cumple un año le dije; —¡Con eso me quieres decir que estoy envuelto en el saqueo a tu hogar…¡No es mi culpa que la hayas descuidado!...¡Nadie piensa que tienes la culpa!, le dije; pero…¡Idiota!, me colmas la paciencia, cierra la boca, echa una mirada!... -Levanté el mantel con precaución, y el cretino me apuntaba con una pistola; ¡la sangre se me heló!,--Como puedes ver, si hubiese querido, hace rato hubieras muerto.—Eres un mal nacido; le pediré al mozo que de aviso a la policía; Si eres mas ligero que una calibre treinta y ocho, hazlo; de lo contrario, en tu lugar no me levantaría de la silla.—De pronto una bella mujer tomó lado cerca de la disputa, éste le hizo una seña reconociéndola; después llego un hombre que se agachó al cruzar la puerta, llamaron al mozo y estuvieron de acuerdo. Sus cabellos lucían húmedos, mire el reloj y marcaba las seis, hacia frio y las nubes cedieron el paso a las lluvias. Hasta el momento nadie percibía nada, cada cual era exento de mirar lo que acaecía, solo el rumor de las maquinas cafeteras relataban entre taza y taza lo que sucedía en la mesa de al lado. Estaba frente a un revolver, esperando que mi asesino se rindiera bajo el efecto del alcohol. Mientras en la consola de los amantes se escuchaban murmullos de amor y besos de pasión, hundió la cabeza como un avestruz, para regresar de una pesadilla…--¡No hagas una estupidez!--¿Por qué no me liquidas entonces?—Sabías que de niño me gustaba entrar en las bodegas de mi padre, era bello observar a los ansiosos gatos yugular a su víctima. Después encontré la manera de terminar con los molestos ruidos en el tejado, en fin, una noche entre a la pieza a esperar a mis padres. Sus rostros palidecieron al ver que llevaba puesto los guantes que ellos ocupaban para alcanzar las gallinas que quedaban atrapadas en los cercos, y con un gesto trascendente, apenas incorpóreo, se sentaron lentamente a esperar el deceso. -Les di santa sepultura…-¡Diré una plegaria!…-¡Irás a la cárcel y te abominaran los parásitos de tu celda!..., le dije. ¡Me miró enloquecido…! -Sin temor a equivocarme, en un acto libre de voluntad y sin cordura, de un tranco me arroje a su garganta como un guepardo, el tiro del gatillo dos veces…
Un silencio inquietante se apoderó de todo. Me aproximé a la ventana y llovía copiosamente. Miré hacia el velador y advertí que estaba en mi habitación. No tenía concepto del tiempo, traía puesta la bata de levantar y sentí un hondo alivio. Encendí la luz estaba todo igual, yacía el camarada tirado en la basura. ¡Como pude pernoctar tanto!, me senté y di gracias por estar vivo. Lo hice con la confianza de que estaba a salvo y me quedé flemático observando la lluvia monótona que golpeaba la ventana. Al rato, advertí unos pasos trasnochados que venían desde el pasillo del edificio conteniéndose en reclamar la atención de los vecinos, me acerqué a la puerta, y vi por él entre ojo unas manos que acariciaban con demencia a una soleada joven de ojos claros y labios acorazonados, y entre lágrimas y una mojada sonrisa de felicidad, éste le decía; ¡-Mi vida!-¡Mía, mía!-Si, si murmuro ella- ¡Tuya, tuya!...

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