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jueves, 30 de diciembre de 2010

El terrible caso de Cartman Charmicael y Ray McDonald -- Marco Antonio López Valenzuela

El terrible caso de Cartman Charmicael y Ray McDonald
Marco Antonio López Valenzuela




Con perdón de Stephen King

Cuando las encontraron les fue imposible reconocerlos. En sus cabellos tenían lodo y en lo que quedaba de sus cuerpos huellas de que los animales habían merodeado durante la noche.

El trabajo era d un experto. No cualquiera tenía la habilidad ni la experiencia necesarias para lograr que dos mujeres se vieran así.

La lluvia arrasó con todo, haciendo el trabajo de la policía mucho más difícil. Para cuando el sol dejó de verse, seguían recogiendo pedazos de dedos.

La impresión que se llevó el joven oficial Ray McDonald fue terrible. Nunca antes había participado en una investigación como esa; lo más peligroso que había hecho era sacar borrachos de una cantina.

Cuando llegó a su casa vomitó de nuevo. En la escena se alejó varias veces para hacerlo. Tomó tres tranquilizantes del botecito amarillo y se acostó a mirar la televisión pero en todos los canales se hablaba de lo mismo.
Apagó el aparato y trató de dormirse, pero las imágenes que tenía grabadas en la memoria se lo impidieron. Toda la sangre que salía en las películas no podía compararse con lo que había visto. Cuando por fin concilió el sueño, el reloj marcaba las tres de la mañana.

Despertó sintiéndose enfermo, pero sabía que no podía faltar al trabajo. Con la cantidad de papeleo y tanta ``evidencia ´´ que procesar, una par de manos extra nunca estaba de más. En la estación lo recibieron con la orden de pasar al despacho del comandante. Esas cosas no pasaban muy a menudo, lo normal hubiera sido que recibiera una llamada telefónica para darle indicaciones.

Le pidió que se sentara y comenzó a darle los pormenores del caso. Dijo que el sería el investigador en jefe, que era su oportunidad para hacer carrera. El jefe sonrió y le dijo que se retirara; tenía mucho trabajo que hacer.

Salió de la oficina y se sentó en su escritorio. Sentía que si se hubiera tragado dos huevos podridos no se encontraría mejor. Su estómago quería vaciar el desayuno, pero supuso que no era buena idea.

Llenó un par de informes sobre el día anterior y se montó en el coche patrulla con dirección a la escena del crimen. Cuando llegó, el forense aún estaba fotografiando los pequeños detalles. Los pedazos de la ropa de las víctimas parecían interminables y a Ray le pareció curioso que ambas llevaran lunares verdes en las camisetas.

Eran Andrea Loosel y Carla Smith. Nunca nadie las había visto y sus familias vivían al otro lado del país. Ray no alcanzaba a comprender como es que algo tan horrible pasara en un pueblo tan pequeño, pero lo que lo asustaba en verdad, era que aun no tuvieran a nadie detenido. No podía pensar en que alguien fuera capaz de hacer algo así sin dejar pistas, ni siquiera un cabello, nada.

Estaba enfrascado en sus pensamientos cuando el forense lo llamó. Por fin, un hilo que seguir.

II
En lo profundo del bosque se ven las luces de una cabaña. Dentro se esconde un cazador. Tiene sus armas a punto; afilados los cuchillos y bien engrasados los rifles.
Está asustado. No es la primera vez que hace algo así, pero siempre se asusta. Las voces en su cabeza le dicen que lo van a atrapar, que esta vez no lo salvará nada. Trata de ignorarlas, pero son cada vez más insistentes. Las lágrimas de rabia brotan de sus ojos y se levanta para destrozar sus cosas. Su respiración agitada rebota entre los árboles; tiene de nuevo esa sensación, esas ganas. Hoy saldrá a cazar.

III

Ray despertó en medio de la noche sudando. Estaba soñando con el caso, como le pasaba cada vez más a menudo. Desde que se lo habían asignado, no se lo había podido quitar de la cabeza. La primera pista que siguieron no los había llevado a ningún lado; era solo un pelo de oso. Seguían en un punto muerto. Las demás pistas tampoco sirvieron.

La causa de que se despertara no era solamente la pesadilla, el teléfono estaba sonando. Lo levantó y escucho una voz apurada diciéndole que se levantara rápido, tenían dos cuerpos más.

Maldijo por lo bajo y se visitó velozmente. Se tomó con prisas un café y salió de su casa. No había llegado a la esquina cuando se pregunto sin no había olvidado cerrarla.

Lo estaba esperando el jefe. Le dijo que tenía que apurarse con esto si no quería ser despedido. En su voz se apreciaba con exactitud que a él también lo habían despertado. Ray se encargó de tomar las fotografías esta vez. EL forense no trabajaba de noche así que también recogió los trozos de las muertas. Mujeres. Las dos veces habían sido mujeres. LA forma en que las mataba era de verdad horrible; siempre había que pasar horas limpiando y siempre se les escapaba algún detalle. Las vísceras estaban esparcidas por el suelo y las piernas y brazos cortados en cinco partes. Esta vez logró contener sus ganas de vomitar. Sabía que si lo hacía arruinaba la escena.

Le estuvo dando vueltas a todo en la cabeza, algo no encajaba. Se fue a la estación e hizo unas llamadas. Envió unas fotos y al poco tiempo le contestaron que a esas mujeres las habían cazado. Le dijeron que por la forma en que las habían destripado, estaban buscando a un experto y que por como las había maltratado debía se un hombre grande.

Las cosas se aclaraban en su menta a una velocidad asombrosa. Marcó otro número y pidió una lista con todas las licencias de cazador expedidas en el condado. Esta vez tuvo que esperar hasta medio día para recibirla. Mientras, las llamadas indignadas no dejaron de llegar. Tuvo que dar la orden de que o le pasaran llamadas. Cuando tuvo la lista de los cazadores en sus manos se sorprendió; más de la mitad eran mujeres. Revisándolo bien, la lista no le sorprendía en lo absoluto, en el pueblo casi todas las mujeres disfrutaban cobrando piezas y casi todas lo hacían mejor que los hombres.

Descartó los nombres femeninos y se concentró en los que sobraban. Por las fotos que los acompañaban pudo deshacerse de unos cuantos más. Después eliminó a los que vivían demasiado lejos y a los ancianos. Para cuando terminó, la lista tenía poco más de veinte miembros.

Se dirigió al domicilio que la encabezaba. Era un negro que vivía en un remolque cerca del bosque. Cuando abrió la puerta, le pareció bastante probable que alguien como él matara a dos mujeres blancas pero en cuanto comenzó a interrogarlo, se dio cuenta de que el hombretón era incapaz de matar algo más que no fuera un venado.

En la mayoría de las casas que visitó le ocurrió lo mismo, una primera impresión asesina y luego una actitud que la desmentía. Solo fueron tres personas las que habían despertado sospechas en Ray. Uno tenía cincuenta años y vivía en una cabaña. Dentro de su casa tenía más cabezas de ciervos y osos que fotos de su familia y cuando habló con él, se mostró evasivo y hasta violento en sus respuestas. Otro tenía las manos moradas y cuando le preguntó que le había pasado le dijo cortante que había tenido una pelea en el bar. Al último lo rehuían hasta sus hijos y su esposa tenía los ojos morados; éste fue el que más lo hizo sospechar; si era capaz de golpear a su mujer y a sus hijos porqué no mataría a cuatro desconocidas. Tomó nota mental de los tres sujetos y se dijo que los llamaría a la estación para tener una charla un poco más severa.

Al final del día solo le quedaban cinco casas por revisar. Las dos primeras fueron fáciles; estaban en pleno centro de Castle, pero la otra estaba dentro del bosque, así que decidió dejarla para el después. Por ese día había tenido suficientes tipos grandes y peludos.

IV

Las voces le advierten que la policía lo está buscando. No es la primera vez que lo hacen pero ahora suenan serias. Ya no siente ese impulso asesino. Sabe que en Castle Rock las mujeres duermen con miedo, pero él no las lastimará. Solo mata a esas putas sucias que se atreven a mirarlo, solo mata cuando quiere hacerlo.

Está tranquilo. Se acerca al refrigerador y saca una cerveza. La destapa y se la bebe de un sorbo; las voces se callan y lo dejan tranquilo, sabe que la policía no vendrá.

V

Ray McDonald no pudo dormir esa noche. Se quedó en la mesa de la cocina, comiendo un sándwich y bebiendo una cerveza. Estaba bastante preocupado pero creía haber hecho avances en la investigación. Por lo menos ya tenía sospechosos, pero no se lo diría a los medios, los hostigarían hasta la muerte.

Se acostó pasada la meda noche y estuvo dando vueltas hasta que amaneció. En la estación le dijeron que con esas ojeras parecía mapache. También le dijeron que pasara con el jefe. Se estaba convirtiendo en una costumbre, se dijo.

Entró en la oficina de Don Greyson y se sentó. El jefe le dijo que el caso lo estaba absorbiendo mucho, que era demasiado personal. Le preguntó si se encontraba bien y que si necesitaba descansar. Contestó que si y que no, pero se puso furioso cuando Don le dijo que él tomaría el caso. Le dijo con ira mal contenida, dijo que el caso era suyo y que había ahora que tenía sospechosos no se lo podían quitar. Don le respondió que si los sujetos de los cuales hablaban no acudían esa mañana a la estación, no solo le quitaría el caso, también el arma y la placa.

Salió de la oficina enojado. ¿Cómo (necesitas descanar) se atrevía a insinuar (quitarte el caso) que no podía (arma y placa) manejarlo? Se sentó en su escritorio y rompió la punta del lápiz cuando la presionó contra el papel. No tenía ni el humor ni la concentración para rellenar un informe así que revisó su agenda y recordó que le quedaba una casa por revisar.

VI

Las voces le han dicho que por la carretera viene una patrulla. Se levanta y se sujeta la cabeza; no debió haber tomado tanta cerveza. Se viste con lentitud y haciendo muecas. Toma sus cuchillos, su rifle y sale de su cabaña. Vista desde afuera, le parece solo un cuartucho, pero no necesita más. Con un lugar donde dormir y donde guardar sus trofeos le basta.

Camina en zigzag cubriendo sus huellas con una rama. Mira su sombra extrañado por el bulto que sobresale de su espalda. Detrás de él, se mueven muchas cosas, pero él no las ve, está demasiado absorto en alejarse de ahí.

VII

Ray tuvo que bajar de la patrulla porque el camino terminaba de forma abrupta, pero no tuvo que andar mucho; en la distancia podía ver una casucha de madera comida por la humedad. Se acercó y tocó la puerta. Esperó varios minutos a que alguien le abriera pero cuando nadie lo hizo, tiró de la manija y la puerta cedió sin dificultades.

Dentro se podía observar que claramente alguien vivía ahí y de acuerdo con su lista, ese alguien era Cartman Charmicael hijo. El único registro que se tenía de él era su certificado de nacimiento y su licencia de cazador. No tenía permiso para conducir ni antecedentes penales.

Solo había un cuarto por lo que registrarlo no le llevó mucho tiempo. No le pareció encontrar nada extraño, fuera de que alguien viviera en esas condiciones. La cama estaba pegada a la pared frete a ella estaba el único aparato eléctrico a parte del refrigerador: un pequeño televisor en blanco y negro. Abrió el refrigerador y en él solo había cerveza, un trozo rancio de queso y enormes cantidades de cecina de venado. Lo cerró y sacó una tarjeta con su nombre, su teléfono y su dirección aunque se preguntó para qué le serviría el número si no tenía teléfono. Detrás escribió `` He pasado a visitarle Señor Cartman, espero que se comunique conmigo ´´, después se dirigió a la salida pero antes de que tuviera tiempo de abandonar la cabaña algo llamó su atención.

De una caja de municiones vacía asomaba un pedazo de tela con lunares verdes. Tomó la caja y la abrió. Lo que vio dentro le hizo descartar a los demás sospechosos; había trozos de la ropa de las cuatro mujeres muertas. Ese era un momento crucial. No debía precipitarse o echaría todo a perder. Dejó la caja donde estaba y salió de la cabaña con el corazón latiéndole a mil por hora.
VIII

Ya se ha ido. Lo sabe porque las voces se lo dijeron. Al principio le asustaban las voces pero ahora estaba acostumbrado. Recuerda la primera vez que las escuchó y vuelve a ver la luna llena que brilla en el cielo. Parece hablarle, piensa, y segundos después escucha las voces. Si Cartman, somos la luna y te hablamos, tienes que ir a tu casa por el rifle, tienes que ir a tu casa por tus cuchillo, tienes que buscar a esa zorra que te ha estado mirando y tienes que matarla. Mueve la cabeza y los recuerdos se desvanecen. Había matado a la (zorra que te ha estado mirando) mujer, vaya que lo había hecho y había dejado California. Lo mismo le pasa en Arizona y en Boston.

Se detiene y mira hacia atrás. Las voces le dicen que puede regresar así que lo hace. Entra a su cabaña y mira el desorden que el policía ha dejado. La puerta del refrigerador está movida y puede asegurar que le faltan cervezas. El queso se echó a perder y en la mañana estaba bueno. Da media vuelta y busca su caja. Son sus trofeos; por lo menos no ha visto esos. Pasará por la estación mañana, después de todo tiene que mantener las apariencias.

IX

Llegó a la estación e informó de inmediato a Don. Él le dijo que tuviera cuidado, y que antes de arrestarlo se asegurara de hacerle un buen interrogatorio. Incluso le recordó como hacerlo. Ray se limitó a asentir y forzar una sonrisa.

Cuando se sentó en su escritorio tenía la cabeza despejada, mierda tenía la cabeza como si hubiera aspirado una buena línea de coca, pensó. Tomó de nuevo los informes de aquella mañana y los completó en un instante. Estuvo esperando con nerviosismo toda la tarde pero Charmicael no llegó.

Esa noche tampoco pudo dormir, pero esta vez era a causa de la emoción. Sabía que no estaba bien sentirse feliz, pero no podía evitarlo; era su primer gran caso y estaba a punto de resolverlo impecablemente.

Al día siguiente entró a la estación con un humor mejor del que había tenido desde hacía mucho tiempo. Ni siquiera los comentarios del jefe lo harán sentirse peor.

Se prepara para salir; lleva su rifle colgado de la espalda. Camina rápido, no quiere perder el tiempo.

Se sentó en su escritorio y se puso a esperar. El día sería demasiado largo y aburrido antes de que llegara el culpable.

Ahora puede ver la Estación de Policía del Condado de Castle, el rifle es invisible a los ojos de todos y las voces le aseguran que nada puede herirlo. Antes de dirigirse allá, les ha dejado otro regalo. Nunca lo atraparán.

Ray puede ver a Cartman entrando por la puerta principal antes de tomar el teléfono. La alegría que creyó inquebrantable durante la mañana se acababa de desmoronar en un instante. Más cuerpos.

Se acerca al escritorio de McDonald y saca el rifle. Tiene tiempo de hacer dos disparos antes de que una lluvia de plomo se cierna sobre él. Lo último que pasa por su mente es que las voces le han mentido. Sus carcajadas hacen eco en su craneo antes de que reviente por las balas.

X

Ray McDonald está tendido en el suelo con dos enormes agujeros calibre .50 en el pecho. El suelo se puede ver a través de ellos. A su alrededor toda la policía, sus amigos está llorando. Todos menos Don Greyson. Él solo menea su pequeña cabeza de lado a lado y dice: ``Mierda, tenía una carrera brillante por delante´´.

1 comentario:

Marco A. López Valenzuela dijo...

Hola, soy Marco Antonio López Valenzuela, autor de ese cuento. Me da gusto verlo por ahí, vagando por la web con todo y su crédito. ¡Gracias!

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