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viernes, 6 de agosto de 2010

EL ARCHIVO DE SHERLOCK HOLMES -- La aventura de Los Tres Frontones



La aventura de Los Tres Frontones
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No creo que alguna de mis aventuras con el Sr. Sherlock Holmes se haya resuelto tan
abruptamente y de manera dramática, como la que se asocia con The Three Gables (NdT: Los
Tres Gabletes). No había visto a Holmes por varios días y no tenía idea del nuevo canal por el
cual sus actividades habían sido dirigidas. Estaba de un humor locuaz esa mañana, sin embargo,
y precisamente me había sentado en el sillón consumido en un lado del fuego, mientras se
encrespaba con su pipa en la boca sobre la silla opuesta, cuando nuestro visitante arribó. Si
hubiera dicho que un toro bravo había arribado sería dar una clara impresión de lo que ocurrió.
La puerta había sido abierta violentamente y un enorme negro había estallado en la
habitación. Hubiera sido una figura cómica si no hubiera sido terrorífico, porque estaba vestido
en un traje de etiqueta con una corbata ondulante de color salmón. Su ancha cara y nariz
achatada estaban empujadas hacia delante, y sus sombríos ojos negros, con un destello ardiente
de malicia en ellos, se volvían de uno hacia el otro.
—¿Cuál de ustedes, caballeros es el señor Holmes? —preguntó.
Holmes elevó su pipa con una lánguida sonrisa.
—¡Oh! ¿Es usted, no es cierto? —dijo nuestro visitante, acercándose con unos desagradables
y sigilosos pasos alrededor del ángulo de la mesa— Verá, señor Holmes, mantenga sus manos
fuera de los negocios de otros. Deje a otra gente manejar sus propios asuntos. ¿Comprende eso,
señor Holmes?
—Siga hablando —dijo Holmes—. Está bien.
—¡Oh! ¿Está bien, no es cierto? —gruño el salvaje—. No sería tan condenadamente bueno si
pudiera recortarlo en pedazos. He manipulado a gente de su tipo mucho antes, y ellos no
parecían tan bien cuando terminé con ellos. ¡Mire esto, señor Holmes!
Balanceó un enorme y nudoso bulto de un puño bajo la nariz de mi amigo. Holmes lo
examinó de cerca con un aire de gran interés.
—¿Dónde nació? —preguntó— ¿O viene gradualmente?
Pudo haber sido la helada frialdad de mi amigo, o pudo haber sido el ligero estrépito que hice
al levantar el atizador. En cualquier caso, los modales de nuestro visitante se volvieron menos
extravagantes.
—Bien, le he dado suficientes consejos—dijo—. Tengo un amigo que está interesado sobre el
camino de Harrow, usted sabe a lo que me refiero, y no tiene intención de tener que interrumpir
los hechos por usted. ¿Lo comprende? Usted no es la ley, y yo no soy la ley tampoco, y si usted
viene estaremos a mano. No lo olvide.
—Lo he buscado por algún tiempo —dijo Holmes—. No le pregunté si quería sentarse,
porque no soporto su olor. ¿Pero no es usted Steve Dixie, el matón?
—Ese es mi nombre, señor Holmes, y usted seguro conseguirá transmitirlo si me ofrece
alguna insolencia.
—Es ciertamente lo último que necesita —dijo Holmes, permaneciendo frente a la
abominable boca de nuestro visitante—. Usted fue el asesino del joven Perkins en las afueras de
Holborn… ¡Pero qué! ¿No se va?
El negro se había enfurecido, y su cara estaba dura como plomo.
—No escucharé tales comentarios —dijo—. ¿Qué tenía que hacer con este Perkins, señor
Holmes? Estaba entrenando en el Bull Ring en Birmingham cuando este muchacho se metió en
problemas.
—Sí, ya le contó al magistrado acerca de eso, Steve —dijo Holmes—. Lo he estado
observando y a Barney Stockdale…
—¡Que Dios me ayude! Señor Holmes...
—Esto es suficiente. Salga de aquí. Lo visitaré cuando yo lo desee.
—Buenos días, señor Holmes. ¿Espero que no haya ningún rencor acerca de esta visita?
—Serán a menos que me diga quién lo envió.
—Por qué, no hay secreto acerca de ello, señor Holmes. Fue el mismo caballero que usted
acaba de mencionar.
—¿Y quién lo puso a él?
—No lo sé, señor Holmes. El dijo “Steve, ve a ver al Sr. Holmes, y cuéntale que su vida no
será segura si va por el camino de Harrow”. Esa es toda la verdad —y sin esperar por más
preguntas nuestro visitante cerró la puerta de la habitación tan precipitadamente como había
entrado. Holmes sacudió las cenizas de su pipa con una calmada sonrisa.
—Estoy contento de que no haya sido forzado a romper su lanuda cabeza, Watson. Observé
sus maniobras con el atizador. Pero él es realmente un amigo inofensivo, un bebé de gran
musculatura, pero tonto y fanfarrón, y fácilmente acobardable, como acaba de ver. Es uno de la
pandilla de Spencer John y ha tomado parte en algún sucio trabajo de última hora que resolveré
cuando tenga tiempo. Su superior principal, Barney, es una persona más astuta. Ellos se
especializan en asaltos, intimidaciones y otros por el estilo. ¿Lo que quisiera saber es, quién está
atrás de ellos en esta particular ocasión?
—¿Pero por qué quieren intimidarlo?
—Es este caso de Harrow Weald. Esto me decide a observar el asunto, porque si alguien se
toma la molestia, debe haber algo en él.
—¿Pero qué es?
—Le iba a contar cuando tuvimos este interludio cómico. Aquí está la nota de la Sra.
Maberley. Si tiene el cuidado de acompañarme nos conectaremos con ella y saldremos de
inmediato.
ESTIMADO SR. SHERLOCK HOLMES—leí—:
He tenido una sucesión de extraños incidentes ocurridos en conexión
con esta casa, y que valoraría su consejo. Me encontrará en casa mañana en
cualquier momento. La casa está a un corto trecho de la estación Weald. Creo
que mi difunto esposo, Mortimer Maberley, fue uno de sus antiguos clientes.
Fielmente suya, MARY MABERLEY
La dirección era “The Three Gables, Harrow Weald”.
—¡Así que es eso! —dijo Holmes—. Y ahora, si puede disponer de tiempo, Watson, nos
pondremos en camino.
Un corto viaje en tren, y un aún más corto paseo en coche, nos llevó a la casa, una quinta de
maderas y ladrillos, permaneciendo en su propio acre de pastizal no desarrollado. Tres pequeñas
proyecciones por encima de las ventanas superiores hacían un poco convincente intento de
justificar su nombre. Detrás había un bosque de melancolía, pinos a medio crecer, y todo el
aspecto del lugar era pobre y depresivo. Con todo, encontramos el lugar bien abastecido, y la
señora que nos recibió fue una persona simpáticamente mayor, quien albergaba toda impresión
de refinamiento y cultura.
—Recuerdo a su esposo, madame—dijo Holmes— pese a que fue hace varios años desde que
usó mis servicios en un asunto trivial.
—Probablemente esté más familiarizado con el nombre de mi hijo Douglas.
Holmes la observó con gran interés.
—¡Querida! ¿Es usted la madre de Douglas Maberley? Lo conocí levemente. Pero por
supuesto todo Londres lo conoce. ¡Que magnifica criatura era! ¿Dónde está él ahora?
—¡Muerto, Sr. Holmes, muerto! Era un agregado en Roma, y murió de neumonía el mes
pasado.
—Lo siento. Uno no podría conectar la muerte con tal hombre. Nunca he conocido a nadie tan
vitalmente animado. Vivió intensamente… ¡Todas sus fibras!
—Demasiado intensamente, Sr. Holmes. Eso fue su ruina. Usted lo recordará como era…
gallardo y majestuoso. No ha visto la caprichosa, malhumorada y cavilante criatura en la que se
desarrollo. Su corazón se partió. En un solo mes me pareció ver a mi galante muchacho
transformarse en un cínico y desgastado hombre.
—¿Una aventura amorosa… una mujer?
—O un demonio. Bien, no fue para hablar de mi pobre muchacho que le pedí que viniera, Sr.
Holmes.
—El Dr. Watson y yo estamos a su servicio.
—Han habido varios sucesos muy extraños. He estado en esta casa más de un año, y he
deseado la ventaja de tener una vida retirada por lo que he visto poco a mis vecinos. Hace tres
días recibí una llamada de un hombre que decía ser un comprador. Dijo que esta casa sería
exactamente a la medida de uno de sus clientes, y que si pudiera renunciar a ella por su dinero
no habría objeción. Me pareció muy extraño ya que aquí hay varias casas vacías en venta que
aparecen ser igualmente elegibles, pero naturalmente estaba interesado en lo que decía. En
consecuencia mencioné un precio que era quinientas libras más del que me dio. Inmediatamente
cerramos la oferta, pero añadió que su cliente deseaba comprar el amueblado cuando pusiera un
precio sobre él. Algunos de los muebles son de mi antiguo hogar, y son, como verá, muy
buenos, por lo que le ofrecí una buena suma. A esto también estuvo de acuerdo. Siempre quise
viajar, y el convenio era tan bueno que realmente parecía que debería ser mi propia dueña por el
resto de mi vida… Ayer el hombre arribó con los acuerdos todos escritos. Afortunadamente se
los mostré al Sr. Sutro, mi abogado, quien vive en Harrow. Me dijo: “Este es un documento
extraño. ¿Está segura que si usted firma no puede legalmente retirar algo de la casa… ni
siquiera sus propias posesiones privadas?” Cuando el hombre regresó en la tarde apunté hacia
esto, y le dije que sólo ofrecía vender el amueblado.
»No, no, todo —dijo él
»¿Pero mis ropas? ¿Mis joyas?
»Bien, bien, algunas concesiones pueden hacerse para sus efectos personales. Pero nada puede
salir de esta casa sin ser comprobado. Mi cliente es un hombre muy liberal, pero tiene sus
fruslerías y sus propias maneras de hacer las cosas. Es todo o nada con él.
»Entonces será nada —dije. Y ahí terminó el asunto, pero todo el hecho me pareció ser más
inusual que lo que pensaba…
Aquí se produjo una extraordinaria interrupción.
Holmes levantó su mano por silencio. Entonces caminó a zancadas a través de la habitación,
abrió de golpe la puerta, y arrastró a una gran y delgada mujer quien era asida por los hombros.
Ella entró con un torpe forcejeo como una enorme y torpe gallina, desgarrada, graznando, fuera
de su gallinero.
—¡Suélteme! ¿Qué está haciendo? —chilló.
—¿Por qué, Susan, qué es esto?
—Bien, Señora, venía a preguntar si los visitantes iban a quedarse para el almuerzo cuando
este hombre me empujó.
—La he estado escuchando por los últimos cinco minutos, pero no quise interrumpir su tan
interesante narrativa. Solo un pequeño jadeo, ¿Susan eres, no? Su respiración es demasiado
pesada para ese tipo de trabajo.
Susan tornó en malhumorada pero asombrada la cara sobre su captor.
—¿Quién es, de todos modos, y que derecho tiene para empujarme de ese modo?
—Era simplemente que deseaba preguntar en su presencia. ¿Usted, Sra. Maberley, mencionó
a alguien que me iba a escribir para consultarme?
—No, Sr. Holmes, no lo hice.
—¿Quién envió su carta?
—Susan lo hizo.
—Exactamente. Ahora, Susan, ¿A quién era que le escribió o envió un mensaje diciendo que
su ama estaba preguntando por mi consejo?
—Es una mentira. Yo no envié ningún mensaje.
—Ahora, Susan, la gente jadeante puede no vivir mucho, usted sabe. Es una cosa inmoral
decir mentiras. ¿A quién se lo contó?
—¡Susan! —gritó su ama—. Creo que eres una mala y traicionera mujer. Ahora recuerdo que
la vi hablando con alguien sobre la cerca.
—Esos eran mis propios negocios —dijo la mujer malhumoradamente.
—¿Suponga que le digo que era a Barney Stockdale a quién le habló? —dijo Holmes.
—Bien, si lo conoce, ¿Por qué pregunta por él?
—No estaba seguro, pero ahora lo sé. Bien ahora, Susan, valdrá diez libras si me dices quién
está detrás de Barney.
—Alguien que puede fijar miles de libras por cada diez que tiene en el mundo.
—¿Entonces, es un hombre rico? No; sonrió… una mujer rica. Ahora que hemos llegado tan
lejos, puede darnos el nombre y ganarse un tenner (NdT: billete de diez libras)
—Lo veré en el infierno primero.
—¡Oh, Susan! ¡Tu lenguaje!
—Me voy de aquí. Ya he tenido suficiente de todos ustedes. Enviaré por mi caja mañana —y
se retiró por la puerta.
—Adiós, Susan. Un calmante es el mejor remedio… ahora —continuó, tornándose
repentinamente de lívida a severa cuando la puerta se hubo cerrado tras de la excitada y furiosa
mujer—. Esta pandilla significa negocios. Mire cuan cerca juegan su juego. Su carta tiene el
matasellos de las 10 PM. Y con todo Susan le comunica a Barney. Barney tiene tiempo de ir a
su empleador y obtener instrucciones; él o ella (me inclino por lo último de acuerdo a la ironía
de Susan cuando pensó que había cometido un error) forma un plan. Black Steve es llamado, y
soy puesta en alerta a las once en punto de mañana. Así tan rápido trabajan, usted sabe.
—¿Pero qué es lo que ellos quieren?
—Sí, esa es la pregunta. ¿Quién tenía la casa antes que usted?
—Un Capitán de mar retirado llamado Ferguson.
—¿Algo memorable acerca de él?
—Nada que haya oído.
—Me preguntó si tanto pudo enterrar algo. Por supuesto, cuando la gente entierra los tesoros
hoy en día lo hacen en el banco de la oficina de correos. Pero siempre hay algunos lunáticos
sobre eso. Sería un mundo aburrido sin ellos. Primero pensé que había enterrado algo de valor.
¿Pero por qué, en ese caso, deberían querer su amueblado? ¿No parece tener un Rafael o un
manuscrito de Shakespeare sin saberlo?
—No, no lo creo, no tengo nada más raro que un juego de té de Crown Derby.
—Eso duramente justificaría todo este misterio. Excepto, ¿Por qué no deberían decir
abiertamente que es lo que quieren? Si codiciaran su juego de té, pueden seguramente ofrecer un
precio por él sin comprar lo que está encerrado, almacenado y puesto en barriles. No, como yo
lo leo, hay algo que usted no sabe y que lo tiene, y que no se lo daría si lo supiera.
—Eso es como yo lo leo —dije.
—El Dr. Watson está de acuerdo, entonces así está establecido.
—¿Bien, Sr. Holmes, qué puede ser?
—Veamos si por el puro análisis mental podemos obtener un punto fino. Ha estado en esta
casa un año.
—Casi dos.
—Aún mejor. Durante este largo período nadie quiso nada de usted. Ahora repentinamente en
tres o cuatro días tiene urgentes demandas. ¿Qué deduce de ello?
—Sólo puede significar —dije— que el objeto, cualquiera que sea, sólo ha venido a esta casa.
—Es correcto una vez más —dijo Holmes—. Ahora, Sra. Maberley ¿Ha recibido un objeto
recientemente?
—No, no he comprado nada nuevo este año.
—¡De veras! Eso es algo notable. Bien, creo que tenemos que permitir que se desarrollen
algunos asuntos hasta que tengamos datos más claros. ¿Es este abogado suyo un hombre
calificado?
—El Sr. Sutro es el más calificado.
—¿Tiene usted otra criada, o era la honrada Susan, quien azotó la puerta de entrada?
—Tengo una jovenzuela.
—Trate y consiga que Sutro permanezca una noche o dos en la casa. Quizás posiblemente
quiera protección.
—¿Contra quién?
—¿Quién sabe? El asunto es ciertamente oscuro. Si no puedo encontrar quien está detrás,
deberé aproximarme al asunto desde la otra punta y tratar de llegar al principal. ¿Le dio este
comprador alguna dirección?
—Simplemente su tarjeta y su ocupación. “Haines-Johnson, Martillero y Tasador”.
—No creo que lo encontremos en el directorio. Los hombres honestos de negocios no
disimulan su lugar de negocios. Hágame saber cualquier nuevo desarrollo. He tomado su caso, y
usted puede confiar en ello que veré a través de él.
Cuando atravesamos el pasillo los ojos de Holmes, que no se perdían nada, brillaron sobre
varios baúles y estuches que estaban apilados en una esquina. Las etiquetas brillaron sobre él.
—“Milano”, “Lucerna”. Estos son de Italia.
—Son las cosas del pobre Douglas.
—¿No las ha desempaquetado? ¿Hace cuanto que las tiene?
—Arribaron la semana pasada.
—Pero usted dijo… porque, seguramente este debe ser el enlace perdido. ¿Cómo sabemos que
no hay nada de valor ahí?
—No puede ser posible, Sr. Holmes. El pobre Douglas sólo tenía su paga y una pequeña
anualidad. ¿Qué podía tener de valor?
Holmes estaba perdido en sus pensamientos.
—No se demore más, Sra. Maberley —dijo al fin—. Llévese estas cosas arriba a su
habitación. Examínelas tan pronto como sea posible y vea que contienen. Vendré mañana y oiré
su reporte.
Era absolutamente evidente que The Three Gables estaba bajo una estrecha vigilancia, por lo
que dimos vuelta alrededor de la alta cerca y al final de la línea estaba el negro boxeador
profesional permaneciendo en las sombras. Nos acercábamos calmos cuando repentinamente,
una grotesca y amenazante figura nos observó desde ese solitario lugar. Holmes golpeteó con su
mano en el bolsillo.
—¿Buscando su arma, señor Holmes?
—No, por mi botella de perfume, Steve.
—¿Es gracioso, señor Holmes, no lo es?
—No sería gracioso, Steve, si lo atrapara. Le di bastantes avisos esta mañana.
—Bien, señor Holmes, he hecho caso omiso de lo que dijo, y no quiero hablar más acerca de
ese asunto del señor Perkins. Suponga que si puedo ayudarlo, señor Holmes, lo haré.
—Bien, entonces, dígame quién está detrás suyo en este trabajo.
—¡Qué Dios me ayude! Señor Holmes, le dije toda la verdad antes. No lo sé. Mi jefe Barney
me dio órdenes y eso es todo.
—Bien, solo recuerde, Steve, que la señora en esa casa, y todo bajo ese techo, están bajo mi
protección. No lo olvide.
—Está bien, señor Holmes. Lo recordaré.
—Lo tenía completamente asustado en su propia piel, Watson —remarcó Holmes cuando
caminábamos—. Creo que traicionaría a su empleador si supiera quién es. Fue afortunado que
tuviera algo de conocimiento de la legión de Spencer John, y que Steve fuera uno de ellos.
Ahora, Watson, hay un caso de Langdale Pike, y me voy a verlo ahora. Cuando regrese quizás
pueda resolver el asunto.
No vi más de Holmes durante el día, pero bien puedo imaginar como lo pasó, porque
Langdale Pike era su libro humano de referencia sobre todos los asuntos de escándalos sociales.
Esta extraña y lánguida criatura pasaba sus horas de vigilia en el arco de la ventana de un club
de la calle Saint James y era el recepcionista tan bien como el transmisor de todos los chismes
de la metrópolis. Hizo, como se dice, un formal ingreso con los párrafos con los que contribuye
todas las semanas a la basura que satisface a un público inquisitivo. Si bien nunca ha bajado a
las túrbidas profundidades de la vida de Londres, si había algún extraño remolino o espiral, era
señalado con automática exactitud por este dial humano sobre la superficie. Holmes
discretamente ayudo a Langdale con su conocimiento, y en una ocasión fue ayudado a su vez.
Cuando me encontré con mi amigo en su habitación temprano a la mañana siguiente, era
consciente desde su porte que todo estaba bien, pero nada menos que una desagradable sorpresa
nos estaba esperando. Tomó la forma del siguiente telegrama:
Por favor venga inmediatamente. Casa de cliente desvalijada en la noche. Policía en
posesión.
SUTRO
Holmes silbó.
—El drama ha llegado a una crisis, y más rápido de lo que esperaba. Hay un gran poder de
maneja detrás de este negocio, Watson, que no me sorprende después de lo que escuché. Este
Sutro, por supuesto, es su abogado. Tuve un error, me temo, en no preguntarle si quería pasar la
noche de guardia. Este amigo ha claramente probado un extremo roto. Bien, no hay nada que
hacer excepto otro viaje a Harrow Weald.
Encontramos a The Three Gables con un diferente establecimiento del ordenado grupo
familiar del día previo. Un pequeño grupo de haraganes se habían congregado en la puerta del
jardín, mientras un par de alguaciles estaban examinando las ventanas y las camas de geranios.
En el interior nos encontramos con un gris caballero, quién se introdujo como el cooperativo
abogado con un rubicundo y bullicioso Inspector, quien saludo a Holmes como un viejo amigo.
—Bien, Sr. Holmes, no hay chances para usted en este caso, me temo. Sólo un común y
ordinario robo, y bien sin la capacidad del pobre viejo policía. No se necesita el empleo de
expertos.
—Estoy seguro que el caso está en muy buenas manos —dijo Holmes—. ¿Simplemente un
robo común, dijo?
—Exactamente. Conocemos bastante bien quienes son los hombres y donde encontrarlos. Es
la banda de Barney Stockdale, con el gran moreno en él… han sido vistos por los alrededores.
—¡Excelente! ¿Qué tomaron?
—Bien, parece que no han tomado mucho. La Sra. Maberley fue cloroformizada y la casa
fue… ¡Ah! Aquí está la señora.
Nuestra amiga de ayer, mostrándose muy pálida y enferma, había entrado en la habitación,
inclinada sobre una pequeña doncella.
—Me dio un buen consejo, Sr. Holmes —dijo ella, sonriendo tristemente—. ¡Que pena, no le
hice caso! No deseaba molestar al Sr. Sutro, y entonces estaba desprotegida.
—Solamente oí de ello esta mañana —explicó el abogado.
—El Sr. Holmes me aconsejó de tener algunos amigos en la casa. Rechacé su consejo, y ahora
tengo que pagar por ello.
—Se ve paupérrimamente enferma —dijo Holmes—. Quizás pueda escasamente igual
decirnos lo que ocurrió.
—Está todo aquí —dijo el Inspector, golpeteando una abultada agenda.
—Aún… si la señora no está demasiado exhausta…
—En realidad hay poco para decir. No tengo duda de que esa traicionera Susan había
planeado una entrada para ellos. Deben conocer la casa pulgada por pulgada. Fui consciente por
un momento de la esponja de cloroformo que fue puesta sobre mi boca, pero no tengo noción
por cuanto tiempo estuve sin sentido. Cuando me levanté, un hombre estaba en la cabecera de la
cama y otro estaba levantándose con un fardo en su mano de entre el equipaje de mi hijo, el cual
estaba parcialmente abierto y tirado sobre el piso. Antes de que pudieran alejarse salté y lo
agarré.
—Tomó un gran riesgo —dijo el Inspector.
—Me le pegué encima, pero me sacudió, y el otro quizás me golpeó, porque no puedo
recordar nada más. Mary la criada oyó el ruido y comenzó a gritar por la ventana. Eso atrajo a la
policía pero los malvivientes se habían alejado.
—¿Que fue lo que tomaron?
—Bien, no creo que algo de valor se haya perdido. Estoy segura que no había nada en el baúl
de mi hijo.
—¿No dejaron ninguna pista los hombres?
—Había solamente una hoja de papel que pude haber desgarrado del hombre del que me
aferré. Estaba echado todo estrujado sobre el piso. Tenía la escritura de mi hijo.
—Lo que significa que no es de mucho uso —dijo el Inspector—. Ahora si ha estado en el
robo…
—Exactamente —dijo Holmes—. ¡Que fuerte sentido común! Nada menos, sería curioso si
puedo verlo.
El Inspector extrajo una hoja doblada de un pliego de papel de su libreta de notas.
—Nunca paso nada, a menos que sea algo trivial —dijo con algo de pompa—. Ese es mi
consejo, Sr. Holmes. En veinticinco años de experiencia he aprendido mi lección. Siempre está
la chance de encontrar huellas o algo.
Holmes inspeccionó la hoja de papel.
—¿Qué piensa de esto, Inspector?
—Parece ser el final de alguna extraña novela, hasta donde puedo ver.
—Puede ciertamente probar ser el final de un extraño cuento —dijo Holmes—. Ha notado el
número en el tope de la página. Es el doscientos cuarenta y cinco. ¿Dónde están las singulares
doscientas cuarenta y cuatro páginas restantes?
—Bien, supongo que los ladrones tienen esas. ¡Sería demasiado bien para ellos!
—Parece un extraño hecho irrumpir en una casa en orden para hurtar tales papeles. ¿No le
sugiere nada a usted, Inspector?
—Sí, señor, sugiere que en su apuro los malvivientes tomaron lo primero que tenían a mano.
Les desearía la mayor alegría por lo que consiguieron.
—¿Por qué deberían ir a las cosas de mi hijo? —preguntó la Sra. Maberley.
—Bien, ellos no encontraron nada de valor en la planta baja, así que intentaron suerte en el
primer piso. Así es como yo lo leo. ¿Qué piensa usted, Sr. Holmes?
—Debo pensarlo, Inspector. Venga conmigo a la ventana, Watson.
Entonces, mientras permanecíamos juntos, leyó un fragmento del papel. Comenzó en el medio
de una frase y decía algo como esto: “…su cara sangraba considerablemente de los cortes y
porrazos, pero no era nada comparado con el sangrado de su corazón mientras veía esa adorable
cara, la cara por la que había estado preparado para sacrificar su vida, prestando atención a su
agonía y humillación. Ella sonrió… ¡Sí, por el Cielo! Ella sonrió, como el despiadado demonio
que era, mientras la miraba. Fue en ese momento que el amor murió y el odio nació. El hombre
debe vivir por algo. Si no es por tu contención, mi señora, entonces será seguramente por tu
destrucción y mi completa venganza.”
—¡Extraña gramática!—dijo Holmes con una sonrisa mientras le entregaba en mano el papel
de regreso al Inspector—. ¿Notó como el “él” cambió repentinamente a “mí”? El escritor estaba
tan compenetrado con su propia historia que se imagino a si mismo en el momento supremo del
héroe.
—Me parece poderosamente poca cosa —dijo el Inspector mientras lo reponía en su libro—
¡Qué! ¿Se va, Sr. Holmes?
—No creo que haya algo más para mí que hacer ahora que el caso está en sus calificadas
manos. Por cierto, Sra. Maberley, ¿Usted dijo que desearía viajar?
—Siempre ha sido mi sueño, Sr. Holmes.
—¿Adónde le gustaría ir... El Cairo, Madeira, el Riviera?
—Oh, si tuviera dinero iría alrededor del mundo.
—Exactamente. Alrededor del mundo. Bien, buenos días. Le enviaré algunos renglones en la
tarde.
Cuando pasamos la ventana vi al avanzar la sonrisa del Inspector y el sacudón de cabeza.
“Estos astutos tipos siempre tienen un toque de locura”. Eso fue lo que leí en la sonrisa del
Inspector.
—Ahora, Watson, estamos en la última vuelta de nuestro pequeño viaje —dijo Holmes
cuando regresábamos por el bullicio del centro de Londres una vez más—. Creo que tendremos
más claro el asunto inmediatamente, y sería bueno si puede acompañarme, porque es seguro
tener un testigo cuando se está confrontándose con una señora tal como Isadora Klein.
Tomamos un taxi y salimos acelerados hacia alguna dirección en Grosvenor Square. Holmes
había estado compenetrado con sus pensamientos, pero se avivó repentinamente.
—A propósito, Watson, ¿Supongo que lo ve todo claramente?
—No, no puedo decir eso. Solamente puedo deducir que estamos yendo a ver a la señora que
está detrás de estas acciones.
—¡Exactamente! ¿Pero el nombre de Isadora Klein no lo conduce a nada? Ella era, por
supuesto, la belleza celebrada. Nunca hubo una mujer que se compare. Ella es puramente
española, la sangre real de los magistrales conquistadores, y sus gentes han sido los líderes en
Pernambuco por generaciones. Se casó con el anciano rey del azúcar alemán, Klein, y
actualmente es la más rica como bien la más amada viuda sobre la tierra. Entonces hubo un
intervalo de aventuras donde ella se rindió a sus propios gustos. Tenía varios amantes, y
Douglas Maberley, uno de los más notables hombres en Londres, fue uno de ellos. Fue por
todas cuentas más que una aventura con él. No era una mariposa de la sociedad pero un fuerte y
orgulloso hombre que daba y esperaba todo. Pero ella es la “belle dame sans merci” de la
ficción (NdT: bella dama desgraciada). Cuando su capricho estaba satisfecho el asunto se
terminaba, y la otra parte en el asunto si no podía tomar para si sus palabras ella sabía como
devolverlos a sus casas.
—Entonces esa fue su propia historia…
—¡Ah! Está juntando las piezas. He oído que ella está por casarse con el joven Duque de
Lomond, quien podría ser su hijo. Su madre Grace puede pasar por alto la edad, pero un gran
escándalo sería un hecho diferente, así que es imperativo… ¡Ah! Aquí estamos.
Era una de las más finas casas esquineras de West End. Un lacayo al estilo máquina tomó
nuestras tarjetas y regresó con la palabra de que la señora no estaba en casa.
—Entonces esperaremos hasta que regrese —dijo Holmes festivamente.
La maquina se rompió.
—Que no esté en casa significa que no está para usted—dijo el lacayo.
—Bien —respondió Holmes—. Eso significa que no tendremos que esperar. Déle
amablemente esta nota a su ama.
Garabateó tres o cuatro palabras sobre una hoja de su agenda, la dobló y se la entregó en
mano al hombre.
—¿Qué decía, Holmes? —pregunté.
—Simplemente escribí: “¿Debería ser la policía, entonces?”. Creo que eso debería permitirnos
entrar.
Lo hizo… con increíble celeridad. Un minuto después estábamos en un cuarto al estilo de las
Noches de Arabia, vasto y maravilloso, con una oscuridad a medias, seleccionada con una
ocasional luz eléctrica rosa. La señora había llegado, lo sentía, a ese tiempo de la vida cuando
incluso la más soberbia belleza encuentra a la media luz mejor bienvenida. Se levantó del sofá
cuando entramos: alta, majestuosa, una figura perfecta, una hermosa cara como si fuera una
mascara, con dos maravillosos ojos españoles que parecían asesinarnos a ambos.
—¿Qué es esta intrusión... y este insultante mensaje? —preguntó, sosteniendo el pliego de
papel.
—No necesita explicación, madame. Tengo demasiado respeto por su inteligencia para
hacerlo... sin embargo debo confesar que la inteligencia ha sido sorprendentemente defecto de
tardanza.
—¿Cómo es eso, señor?
—Suponiendo que sus intimidantes empleados pudieron asustarme por mi trabajo.
Seguramente ningún hombre se ocuparía de mi profesión si no fuera que el peligro lo atrae. Fue
usted, entonces, quien me forzó a examinar el caso del joven Maberley.
—No tengo idea de lo que está diciendo. ¿Qué tengo que ver con intimidantes empleados?
Holmes se alejó cansadamente.
—Sí, he sobrestimado su inteligencia. ¡Bien, buenas tardes!
—¡Deténgase! ¿A dónde va?
—A Scotland Yard.
Estábamos a medio camino de la puerta antes de que nos alcanzara y sostuviera su brazo. Se
tornó en un momento del acero al terciopelo.
—Venga y siéntese, caballero. Hablemos sobre este asunto. Siento que debo ser franca con
usted, Sr. Holmes. Tiene los sentimientos de un caballero. Cuán rápido el instinto de mujer es
buscarlos. Lo trataré como a un amigo.
—No puedo prometer el recíproco, madame. No soy la ley, pero represento a la justicia tanto
como mis débiles poderes lo permitan. Estoy listo para oír, y entonces le diré como actuaré.
—No hay dudas de que fui una estúpida al amenazar a un valiente hombre como usted.
—Lo que fue realmente estúpido, madame, es que se ha puesto en el poder de una banda de
malvivientes, quienes pueden extorsionarla o dejarla.
—¡No, no! No soy tan simple. Puesto que prometí ser franca, debo decir que ninguno, excepto
Barney Stockdale y Susan, su esposa, tiene la menor idea de quién es su empleador. Para ellos,
bien, no es el primero… —ella sonrió y cabeceo con un encantador e íntimo coqueteo.
—Ya veo. Lo ha testeado antes.
—Son buenos sabuesos quienes corren en silencio.
—Tales sabuesos tienden tarde o temprano a morder la mano que los alimenta. Serán
arrestados por este robo. La policía ya está detrás de ellos.
—Ellos tendrán lo que les corresponda. Eso es por lo que pagaron. Yo no debo aparecer en el
asunto.
—A menos que la inserte en él.
—No, no, no debería. Usted es un caballero. Es un secreto de mujer.
—En primer lugar, debería devolver el manuscrito.
Ella rompió en una ondulación de risa y caminó a la chimenea. Allí había una masa calcinada
que se rompió con el atizador.
—¿Debería devolver esto? —preguntó. Tan picaresca y exquisita parecía cuando se paró
frente a nosotros con una sonrisa desafiante que sentí que de todos los criminales de Holmes era
la única que había sido difícil de enfrentarse. De cualquier manera, él estaba inmune a los
sentimientos.
—Ello sella su destino—dijo fríamente—. Está muy compenetrada en sus acciones, madame,
pero se ha sobrepasado en esta ocasión.
Ella tiró el atizador estrepitosamente.
—¡Cuán duro es!—gritó— ¿Debería contarle toda la historia?
—Me imagino que yo podría contársela.
—Pero usted debe mirarla con mis ojos, Sr. Holmes. Debe darse cuenta desde el punto de
vista de una mujer quien ve toda la ambición de su vida sobre la ruina en el último momento.
¿Es tal que una mujer sea inculpada si se protege a si misma?
—El pecado original era suyo.
—¡Sí, sí! Lo admito. Era un muchacho querido, Douglas, pero era tan arriesgado que pudiera
no encajar en mis planes. El quería matrimonio… matrimonio, Sr. Holmes… con un vulgar sin
dinero. Nada menos le hubiera servido. Entonces se volvió pertinaz. Porque lo que le di le hizo
pensar que aun debía darle, y a él solamente. Era intolerable. Al final tuve que hacerle darse
cuenta.
—Empleando rufianes para pegarle bajo su propia ventana.
—Parece ciertamente conocer todo. Bien, es verdad. Barney y los muchachos lo condujeron, y
era, lo admito, un poco grosero hacerlo. ¿Pero que fue lo que hizo entonces? ¿Podría creer que
un caballero haría de tal un acto? Escribió un libro en el cual describía su propia historia. Yo,
por supuesto, era el lobo; él la oveja. Estaba todo ahí, bajo diferentes nombres, por supuesto;
¿Pero quién en todo Londres podría equivocarse en reconocerlo? ¿Qué opina de ello, Sr.
Holmes?
—Bien, estaba dentro de sus derechos.
—Era como si el aire de Italia hubiera entrado en su sangre y hubiera traído con él el viejo
espíritu de crueldad italiano. Me escribió y envió una copia de su libro que debía tener la tortura
de la anticipación. Habían dos copias, dijo... una para mí, una para su editor.
—¿Cómo sabe que el editor no lo ha comprendido?
—Sabía quien era su editor. No es su única novela, usted sabe. Descubrí que no había oído
nada desde Italia. Entonces vino la repentina muerte de Douglas. Mientras tanto como que los
otros manuscritos estuvieran en el mundo no habría seguridad para mí. Por supuesto, debía estar
entre sus efectos, y esos deberían ser regresados a su madre. Puse toda la banda a trabajar. Uno
de ellos entró en la casa como sirviente. Quería hacer las cosas honestamente. Real y
verdaderamente lo hice. Estaba lista para comprar la casa y todo en ella. Ofrecí cualquier precio
que ella pidiera. Solamente intente el otro método cuando todo lo demás había fallado. Ahora,
Sr. Holmes, concediendo que fuera demasiado duro para Douglas… ¡Y Dios sabe, me
arrepiento de ello! ¿Qué más puedo hacer con todo mi futuro comprometido?
Sherlock Holmes arrugó sus hombros.
—Bien, bien —dijo— supongo que deberé compensar una felonía como usualmente. ¿Cuánto
costaría viajar alrededor del mundo en primera clase?
La señora fijo sus ojos con asombro.
—¿Podría ser hecho con cinco mil libras?
—¡Bien, se podría pensar eso, ciertamente!
—Muy bien. Pienso que debería firmarme un cheque por esa cantidad, y veré que llegue a la
Sra. Maberley. Su deuda es darle un pequeño cambio de aire. Mientras tanto, señora —agitando
un dedo índice de precaución— ¡Tenga cuidado! ¡Tenga cuidado! No puede jugar con
herramientas filosas para siempre sin cortarse esas delicadas manos.

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