JACK DEDOS DE MUELLE
Susan Casper
Sabía a dónde iba tan pronto como entró en la sala de juegos electrónicos. Dejó atrás las filas de atareados chiquillos, las estridentes y electrónicas voces que surgían de las máquinas, los centelleos luminosos y los incesantes pitidos. Pasó frente a las viejas máquinas del millón, todas ellas desocupadas, relampagueando con lucecitas y timbres como anticuados voceadores mecánicos que intentaban vanamente tentar a un público que pasaba de largo.
La máquina que él buscaba estaba al fondo, en un rincón iluminado tenuemente, y dejó escapar un suspiro de alivio al ver que nadie la utilizaba. Su pantalla, que miraba sin decir nada, estaba encajada en un armazón amarillo, por encima de una hilera de palancas y botones. En el costado, debajo de la ranura para echar las monedas, había un dibujo chillón que representaba a una mujer ataviada según la antigua moda victoriana. El sombrero, grande y adornado, estaba ligeramente ladeado en lo alto de su cabeza y de allí caía hacia los lados una cabellera cuidadosamente peinada. La mujer estaba gritando, con los ojos muy abiertos y el dorso de la mano casi cubriéndole la encantadora boca. Y detrás suyo, bosquejada en un tono blanco borroso, se adivinaba una figura acechante.
Dejó su cartera de mano en el suelo, al lado de la máquina. Con dedos inseguros, buscó una moneda y la metió en la ranura. La pantalla adquirió vida y luz. Un hombre siniestro, con gorro de cazador, agitó un cuchillo con la punta manchada de carmesí y desapareció detrás de una hilera de edificios. Las imágenes eran excelentes, extremadamente realistas. La pantalla se llenó con hileras de instrucciones de color azul oscuro contra un fondo azul claro, y él las miró superficialmente, esperando con impaciencia a que empezara el juego.
Apretó un botón y la imagen volvió a cambiar, convirtiéndose en un laberinto de calles miserables con hileras de edificios ruinosos. Una figura única, la suya, ocupaba el centro de la pantalla. Una mujer con un vestido de la época victoriana, sobre la que figuraba el nombre de Polly, andaba hacia él. Recordó que tenía que hacerle quitar el gorro al hombre; de lo contrario, ella no querría ir con él. Se pusieron a andar juntos, y él, cuidadosamente, la hizo pasar de largo la primera intersección. La vieja calle Montague era una trampa para principiantes en la cual él no había caído desde hacía tiempo. La primera calle por la que se tenía que ir era Buck's Row.
A un lado, un policía estaba separando a un par de harapientas mujeres que peleaban. Allí, él tenía que llevar cuidado porque si era localizado le costaría puntos. Llevó a su pareja por el callejón apropiado y tuvo la satisfacción de ver que estaba desierto.
Los latidos de su corazón se hicieron más fuertes cuando hizo situar a su figura detrás de la figura de la mujer; notó una respiración fuerte y ronca, que salía de su boca. Esta parte del juego tenía limitación de tiempo, por lo que tendría que actuar contra el reloj. Sacó un cuchillo del interior de su chaqueta. Tapando la boca de Polly con una mano, le abrió malignamente la garganta de oreja a oreja. En la pantalla aparecieron unas líneas de color rojo brillante, pero apartadas de él. Buena cosa. No se había manchado de sangre. Ahora venía la parte más dura. Tendió a la mujer en el suelo y la empezó a destripar, abriéndole cuidadosamente el abdomen casi hasta el diafragma y manteniendo la mirada sobre el reloj. Terminó con veinte segundos de ventaja y movió a su figura, alejándola triunfalmente del policía que se acercaba poco a poco. Una vez hubo encontrado la primera fuente pública donde lavarse, concluyó la primera parte.
Su figura quedó de nuevo centrada en la pantalla. Esta vez, la figura que se acercó fue Annie La Sombría y él la llevó a la calle Hanbury. Pero esta vez se olvidó de taparle la boca cuando la apuñaló y ella pudo soltar un grito; un grito estridente y terrorífico. Inmediatamente la pantalla empezó a relampaguear con una tonalidad roja brillante mientras resonaban los ensordecedores pitidos del silbato de un policía. Dos agentes se materializaron uno a cada lado de su figura y lo sujetaron firmemente por los brazos. Un nudo de horca se agitó en la pantalla mientras sonaba una marcha fúnebre. Y la pantalla se oscureció.
Se quedó mirándola, temblando, sintiéndose agitado y enfermo, y se maldijo amargamente a sí mismo. ¡Había cometido un error de principiante! Había sido demasiado impaciente. Enfadado, metió otra moneda en la ranura.
Esta vez anduvo con mucho cuidado al acercarse a Kate, logrando acumular puntos de ventaja y no cometer errores fatales. Ahora estaba sudando y tenía la boca seca. Le dolían las mandíbulas a causa de la tensión. Era realmente difícil vencer al reloj en esta parte y requería una intensa concentración. Se acordó de hacer cortes en los párpados, lo cual era esencial; sacar los intestinos y ponerlos encima del hombro derecho no era demasiado duro, pero cortar correctamente el riñón... eso era espantoso. Finalmente el reloj le ganó y tuvo que quedarse sin el riñón, lo cual le costó una pérdida de puntos. Estaba tan desconcertado que casi tropezó con un policía al avanzar por los callejones que conducían a Mitre Square. Los obstáculos fueron haciéndose más difíciles a medida que superaba cada parte con éxito y ahora la cosa se estaba poniendo particularmente dura, porque el tiempo se acortaba y era necesario evitar a los enjambres de mirones, a los periodistas, a las rondas de comités de vigilancia y a un mayor número de policías. Nunca había encontrado aún la calle correcta para Mary La Negra...
Una voz gritó «última partida» y poco después su hombre fue atrapado de nuevo. Dio un manotazo a la máquina con frustración y después se arregló el vestido y cogió la cartera de mano. Echó una mirada a su Roloflex. Las diez y cinco minutos: era temprano aún. Las máquinas parpadearon desde sus puestos mientras los últimos clientes salían por las puertas de cristal. El los siguió hasta la calle. Una vez fuera, bajo el cálido aire nocturno, empezó a pensar de nuevo en el juego y a planear su estrategia para el día siguiente, reparando sólo superficialmente en los borrachos que farfullaban en los portales, en las busconas ligeras de ropa de la esquina. Tenues luces de neón que anunciaban locales de cine porno, librerías para «adultos» y pensiones de baja categoría desfilaron ante sus ojos como imágenes de video, y sus dedos oprimieron imaginarios botones y palancas mientras se abría paso a través de las poco recomendables multitudes de última hora de la noche.
Se metió por un callejón estrecho, que se adentraba en las sombras, y después se detuvo y se apoyó de espaldas contra los fríos y húmedos ladrillos. Hizo girar las tres esferas de la combinación del cierre, dejando cada una en su número adecuado, y abrió la cartera de mano.
La máquina; había pensado en ella durante todo el día en el trabajo; había pensado en ella hasta el último segundo mientras esperaba impacientemente que fuesen las cinco y ahora había tenido y perdido otra oportunidad, y aún no la había vencido. Rebuscó entre los papeles de la cartera y sacó un largo y pesado cuchillo.
Esta noche practicaría y mañana derrotaría a la máquina.
FIN
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