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miércoles, 23 de febrero de 2011

Apareció Caín


Apareció Caín


Salió Garrish del sol resplandeciente del mes de mayo y pasó al frescor de la entrada. Le costó un poco ajustar la vista y en el primer momento Harry el Castor no fue más que una voz
incorpórea saliendo de las sombras.
-¿Era una zorra, verdad? -preguntó el Castor-. ¿Verdad que era una verdadera zorra?
-Sí -constestó Garrish-. Fue difícil.
Ahora pudo fijar sus ojos en el Castor. Se estaba frotando los granos de la frente con la mano y le sudaban las orejas. llevaba sandalias y una camiseta con «69» y un botón en la parte
delantera, que decía: Bien venido es un Pervertido. Los enormes dientes delanteros del Castor se distinguían en la oscuridad.
-Iba a dejarlo en enero -explicó el Castor-. No dejé de decírmelo mientras todavía tenia tiempo. Y luego, pasaron las recuperaciones y ya fue cuestión de volver a intentarlo o dejar el curso
incompleto. Creo que he suspendido, Curt. Lo juraría.
La gobernanta estaba en la esquina, junto a los buzones.
Era una mujer sumamente alta que se parecía vagamente a Rodolfo Valentino. Estaba esforzándose por meter un tirante de combinación por el sobaco sudado de su traje con una mano,
mientras que con la otra ponía una chincheta a una hoja de salida de dormitorio.
-Muy difícil -repitió Garrish.
-Quise copiar algo de ti, pero no me atreví, te lo juro, aquel tío tiene ojos de águila. ¿Crees que sacaste tu sobresaliente?
-A lo mejor he suspendido -dijo Garrish.
-¿Crees que tú suspendiste? -exclamó el Castor-. Crees que...
-Voy a ducharme, ¿vale?
-Claro, Curi. Claro. ¿Fue éste tu último examen?
-Sí. Fue mi último examen.
Garrish cruzó el vestíbulo, empujó la puerta y empezó a subir. El hueco de la escalera olía como un suspensorio atlético. Siempre la dichosa escalera. Su habitación estaba en el quinto piso.
Quinn y aquel otro idiota del tercero, el de las piernas peludas, le pasaron lanzándose una pelotita. Un pequeño, con gafas de montura de concha y un valiente principio de barba, le pasó
entre el cuarto y el quinto, con un libro de cálculo apretado contra su pecho como si fuera la Biblia, y desgranando un rosario de logaritmos. Tenía los ojos tan vacíos como pizarras.
Garrish se paró a mirarle, preguntándose si no estada mejor muerto, pero el pequeño no era ya más que una sombra que aparecía y desaparecía en la pared. Volvió a verle una vez más y
luego desapareció del todo. Garrish llegó al quinto y anduvo hasta su habitación. Pig Pen se había ido hacía dos días. Cuatro finales en tres días, bam-bam y hasta la vista, madam. Pig Pen
sabía arreglarse las cosas. Había dejado únicamente sus cromos en la pared, dos calcetines desparejados y sucios y una parodia, en cerámica, del Pensador de Rodin sentado en la taza de un
retrete.
Garrish metió la llave en la cerradura.
- ¡Curi! ¡Eh, Curi!
Rollins, el imbécil consejero del piso, que había enviado a Jimmy Brody a visitar al decano porque había bebido, se acercaba por el corredor, haciéndole señales con la mano.
Era alto, bien plantado, con el cabello recortado en cepillo, simétrico en todo. Parecía barnizado.
-¿Has terminado todo? -preguntó Rollins.
-Sííí.
-Note olvides de barrer tu cuarto y llenar la hoja de desperfectos, ¿vale?
-Sííí.
-Pasé una hoja de desperfectos por debajo de tu puerta, el otro día, ¿verdad?
-Sííí.
-Si no me encuentras en mi cuarto, echa la hoja por debajo de la puerta, y la llave también.
-Está bien.
Rollins le cogió de la mano, se la sacudió un par de veces, rápidamente, pumpumpum. La mano de Rollins estaba seca, rasposa. Estrechar la mano de Rollins era como estrechar un puñado
de sal.
-Que tengas un buen verano, hombre.
-Bien.
-No trabajes demasiado.
-No.
-Úsalo, pero no abuses.
-Sí, y no.
Rollins pareció momentáneamente desconcertado, luego se echó a reír:
-Cuídate.
Dio una palmada al hombro de Garrish y se volvió, endose una vez para advertir a Ron Frane que apagara el estéreo. Garrish imaginó a Rollins muerto en una cuneta con los ojos llenos de
gusanos. A Rollins no le importaría. A los gusanos tampoco. O te comías el mundo o el mundo te comía a ti, y estaba bien de ambos modos.
Garrish se quedó pensativo viendo alejarse a Rollins hasta que lo perdió de vista, entonces entró en su habitación.
Con el desorden ciclónico de Pig Pen, desaparecido, la habitación parecía yerma y estéril. De la montaña, retorcida, destartalada, que había sido la cama de Pig Pen, no quedaba sino el
colchón... manchado. Dos portadas de Playboy le contemplaban con dos glaciales bidimensionales.
No había mucha diferencia en la mitad de habitación correspondiente a Garrish, que siempre estaba perfectamente ordenada al estilo militar. Si dejabas caer una moneda sobre la colcha de
la cama de Garrish, rebotaba. Tanto orden había crispado los nervios de Piggy. Se había graduado en inglés y sus frases eran perfectas. A Garrish le llamaba el encasillado. Lo único que
había en la pared sobre la cama de Garrish era una enorme ampliación de Humphrey Bogart que había comprado en la librería de la Facultad. Bogie llevaba una pistola automática en cada
mano y lucía tirantes. Pig Pen decía que las pistolas y los tirantes eran símbolos de impotencia. Garrish dudaba de que Bogie hubiera sido impotente, aunque nunca había leído nada sobre él.
Se acercó a su ropero, lo abrió con la llave y sacó el gran «Magnum» de culata de nogal, del 352 que su padre, un ministro metodista, le había comprado por Navidad. En marzo, él se
compró la mira telescópica.
No debían guardarse armas en la habitación, ni siquiera rifles de caza, pero no había sido difícil. Lo había sacado la víspera de la consigna de armas de la Universidad, con una autorización
para retirarlo, falsificada. Lo metió en su funda impermeable de cuero, y lo dejó escondido en el bosque, detrás del campo de fútbol. Luego, de madrugada, a eso de las tres, salió a buscarlo
y se lo trajo arriba por los dormidos corredores.
Se sentó en la cama con el rifle sobre las rodillas y lloró un poco. El Pensador, sentado en su taza, le estaba mirando. Garrish dejó el rifle sobre la cama, cruzó la estancia y de un manotazo
lo hizo caer de la mesa al suelo, donde se hizo mil pedazos. Llamaron a la puerta. Ganish colocó el rifle debajo de la cama.
-Adelante.
Era Bailey, medio desnudo. Tenía un poco de borra de algodón en el ombligo. No había futuro para Bailey. Bailey se casaría con una estúpida y tendrían hijos estúpidos. Después, moriría de
cáncer o de fallo renal.
-¿Cómo estuvo el final de química, Curt?
-Muy bien.
-Me preguntaba si me podrías prestar tus apuntes. Yo lo tengo mañana.
-Los quemé con todo lo que no me servía.
-Oh. ¡Oh, Dios mío! ¿Lo ha hecho Piggy? -y señaló los restos del Pensador.
-Creo que si.
-¿Por qué tuvo que hacerlo? A mi me gustaba. Iba a comprárselo.
Bailey tenía unas facciones recortadas, como de ratón. Sus calzoncillos le colgaban por detrás. Garcish podía ver cómo sería con el tiempo, cómo moriría de enfisema o de algo, metido en
una tienda de oxigeno. Tendría un color amarillento. «Yo podría ayudarte», pensó Garrish.
-¿Crees que le importaría si me quedara con sus cromos?
-Me figuro que no.
-Bien -Bailey cruzó la habitación, pisando cuidadosamente con sus pies desnudos los fragmentos de cerámica y retiró las chinchetas de las portadas de Playboy-. Esta fotografía de Bogad es
realmente asombrosa, también. ¡Sin tetas, pero...! Oye -Bailey miró a Garrish para ver si Garrish sonreía. Al ver que no lo hacía, -le preguntó-: ¿supongo que no ibas a tirarla, o algo así,
verdad?
-No. Estaba preparándome para ir a la ducha.
-Bueno. Que tengas un buen verano, por si no te vuelvo a ver, Curt.
-Gracias.
Bailey se dirigió hacia la puerta, bailándole el fondillo del calzoncillo. Se detuvo y preguntó:
-¿Cuatro puntos este semestre, Curt?
-Como mínimo.
-Enhorabuena. Hasta el año que viene.
Salió y cerró la puerta. Garrish se quedó sentado en la cama un momento, luego sacó el rifle, lo desmontó y lo limpió. Se acercó el cañón al ojo y contempló el pequeño circulo de luz del
otro extremo. El cañón estaba limpio. Volvió a montar el arma.
En el tercer cajón de su escritorio había tres pesadas cajas de balas «Winchester». Las colocó en el alféizar de la ventana. Cerró con llave la puerta del cuarto y volvió a la ventana. Subió las
persianas.
La explanada estaba verde y jugosa, salpicada toda ella de estudiantes que paseaban. Quinn y su amigo idiota estaban jugando a la pelota. Corrían de un lado a otro como hormigas heridas,
escapándose de un hormiguero aplastado. -Voy a decirte algo -dijo Garrish a Bogan- Dios se enfureció con Caín, porque Caín tenia la idea de que Dios era vegetariano. Su hermano lo vela
de otro modo. Dios hizo el mundo a Su imagen, y si no te comes el mundo, el mundo te come a ti. Así que Caín va y le dice a su hermano: «¿Por qué no me lo dijiste?» y su hermano
contesta: «¿Por qué no me escuchaste?» Y Caín dice: «Está bien, ahora te escucho.» Así que se carga a su hermano y dice: ¡Eh, Dios! ¿Quieres carne? ¡Aquí la tienes! ¿Quieres lomo, o
chuletas o Abelbur guesas o qué?» Y Dios le dijo que se preparara. Así que..., ¿qué te parece?
Bogie no contestó.
Garrish abrió la ventana y apoyó los codos en el alféizar, sin dejar que al cañón del rifle 352 le diera el sol. Puso el ojo en la mira.
Lo tenía apuntando al dormitorio de chicas del Carlton Memorial, del otro lado de la explanada. Carlton era popularmente conocido como la «perrera». Situó la cruz de la mira sobre una
enorme furgoneta «Ford». Una rubia con tejanos y una blusa azul pálido estaba hablando con su padre y su madre, mientras su padre, rubicundo y calvo, cargaba las maletas en el coche.
Alguien llamó a la puerta.
Garrish esperó.
Volvieron a llamar.
-¿Curt? Te daré medio pavo por el póster de Bogan.
Bailey.
Garrish no contestó. La chica y su madre se reían de algo, sin enterarse de que sus intestinos estaban llenos de microbios que comían, se dividían y se multiplicaban. El padre se reunió con
ellas y se quedaron juntos al sol, un retrato de familia en la cruz de la mira.
-¡Maldita sea! -protestó Bailey. Oyó sus pasos pasillo abajo.
Garrish apretó el gatillo.
El rifle retrocedió con fuerza contra su hombro, pero era el retroceso blando y perfecto que recibes cuando has apoyado el arma exactamente en el punto apropiado. La cabeza rubia de la
muchacha sonriente se cortó.
Su madre siguió sonriendo por un instante y luego se llevó la mano a la boca. Chilló a través de la mano. Garrish le disparó. Mano y cabeza se desintegraron en un surtidor rojo. El hombre
que había estado cargando las maletas echó a correr.
Garrish le siguió y le disparó a la espalda. Entonces levantó la cabeza, abandonando la mira por un momento. Quinn sostenía la pelota y contemplaba los sesos de la chica rubia que se
habían estrellado en el cartel de PROHIBIDO APARCAR que había detrás de su cuerpo tendido. Quinn no se movió. En toda la explanada la gente se había quedado petrificada, como niños
jugando a estatuas.
Alguien volvió a golpear la puerta, y sacudió el picaporte. Otra vez Bailey:
-¿Curt? ¿Estás bien, Cun? Creo que alguien ha...
-Buena bebida, buena carne, buen Dios, ¡vamos a comer! -exclamó Garrish y disparó a Quinn. Tiró del gatillo en lugar de apretar y el tiro salió desviado. Quinn echó a correr. Ningún
problema. El segundo disparo dio en el cuello de Quinn y le hizo volar unos, tal vez, cinco metros.
-¡Curt Garrish se está matando! -chillaba Bailey-. ¡Rollins! ¡Rollins! ¡Ven corriendo!
Sus pasos volvieron a perderse por el corredor.
Ahora todos echaban a correr. Garrish podía oír cómo gritaban. También podía oír el apagado sonar de los pies en la explanada.
Miró a Bogie. Bogie sostenía sus dos pistolas y miraba por encima de él. Contempló los restos esparcidos del Pensador de Piggy y se preguntó qué estaría haciendo Piggy hoy, si estaba
durmiendo, o viendo la televisión, o disfrutando de un enorme y maravilloso ágape.
¡Cómete el mundo, Piggy! -pensó Garrish-. ¡Hay que tragarlo de golpe!»
-¡Garrish! -Ahora era Rollins el que golpeaba la puerta-. ¡Abre, Garrish!
-Se ha encerrado -jadeó Bailey-. Tenía mala cara, se ha matado, lo sé.
Garrish volvió a sacar el cañón por la ventana. Un muchacho con una camisa a cuadros estaba en cuclillas detrás de un seto, vigilando las ventanas de los dormitorios con desesperada
intensidad. Quería escapar, correr, Garrish lo vio, pero sus piernas estaban yertas.
-Santo Dios, vamos a comer -murmuró Garrish y empezó a apretar de nuevo el gatillo.

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