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miércoles, 29 de mayo de 2013

PESADILLA EN VERDE - Fredric Brown

Fredric Brown



Se despertó plenamente consciente de su decisión: la gran decisión que había tomado mientras reposaba la noche anterior, tratando de dormir. Tendría que mantenerla sin flaquear si quería sentirse nuevamente como un hombre, como un hombre completo. Tendría que ser firme al pedirle el divorcio a su esposa o todo se perdería y nunca volvería a reunir el valor necesario. Ahora veía claro que, ya desde el principio mismo de su matrimonio seis años atrás, resultaba inevitable que las cosas llegaran a este estado.
Estar casado con una mujer más fuerte que él, más fuerte en todos los sentidos, no sólo era intolerable sino que lo convertía progresivamente, en un indefenso y débil ratón. Su mujer podía ganarle en todo, y lo hacía. Una atleta como era, podía derrotarlo con facilidad en tenis, en golf, en todo. Podía montar y patinar mejor que él; conducir un automóvil con más pericia. Experta en casi todo, le hacía parecer un torpe jugador de bridge, de ajedrez e incluso de póker, al cual jugaba como una consumada profesional. Y lo que era aún peor: gradualmente ella tomó las riendas de sus negocios y asuntos financieros y los llevó a una prosperidad económica que él jamás se hubiera atrevido a imaginar. No existía una sola faceta en la cual su ego, o lo poco que quedaba de él, no hubiera sido lastimado y golpeado durante los años de matrimonio.
Hasta ahora, hasta que Laura llegó. Dulce, delicada y pequeña, Laura estaba de visita en su casa y era todo lo contrario de su esposa: frágil y menuda, adorablemente indefensa y dulce. Estaba loco por ella y sabía que era su salvación. Casándose con Laura sería nuevamente un hombre. Estaba seguro que se casaría con él; tenía que hacerlo, era su única esperanza. Tenía que ganar, no importaba lo que su esposa dijera o hiciese.
Se bañó y se vistió rápidamente, temiendo la próxima escena con su esposa, pero ansioso de afrontarla con el poco valor que le quedaba. Bajó las escaleras y la encontró sola, desayunando en la mesa.
Ella levantó la vista, y comentó:
- Buenos días, querido. Laura ha terminado de desayunar y ha salido a dar un paseo. Le pedí que lo hiciera, para poder hablar contigo a solas.
Bien, pensó él sentándose en el lado opuesto. Su esposa notó lo que le ocurría y trató de facilitar las cosas trayendo el asunto a colación.
- William, quiero divorciarme. Sé que esto será un golpe para ti, pero... Laura y yo nos amamos y vamos a marcharnos juntas, lejos de aquí.


FIN

PESADILLA EN ROJO - Fredric Brown

Fredric Brown



Se despertó sin saber que había despertado hasta que el segundo temblor, sólo un minuto después del primero, sacudió la cama ligeramente y derribó los objetos que había sobre la mesilla.
Descubrió que estaba totalmente despierto y que probablemente no sería capaz de volver a dormirse. Miró al dial luminoso del reloj y vio que eran ya las tres en punto: la mitad de la noche. Salió de la cama y caminó en pijama hasta la ventana. Estaba abierta, una fría brisa la cruzó y él pudo ver luces titilantes y parpadeantes en el negro cielo, a la vez que escuchaba los sonidos de la noche. Por alguna parte, campanas ¿A aquella hora? ¿Advertían de algún desastre? ¿Se habría producido un terremoto, en algún punto cercano, y de él provenían los ligeros temblores? ¿O quizá se acercaba un verdadero terremoto y las campanas advertían a la gente para que saliera de las casas y se quedara a salvo al aire libre?
Súbitamente, no a causa del miedo, sino por algún extraño impulso que no quiso analizar, deseó estar en cualquier parte menos allí. Y echó a correr.
Corrió, bajando al vestíbulo y cruzando la puerta principal, apresurándose silenciosamente, descalzo, por la ancha calzada que conducía a la entrada del jardín. A través de la puerta, llegó a un campo... ¿un campo? ¿Desde cuándo había una pradera justa al salir de su casa? Especialmente una como aquella, con postes, tan gruesos como si fueran telefónicos, cortados a su altura. Antes de que pudiera organizar sus pensamientos y se preguntase dónde estaba, quién era él mismo y qué estaba haciendo allí, se produjo otro temblor. Este fue más violento: le hizo tambalearse y trastabilló hasta uno de los postes; chocó con él y se hizo daño en el hombro; salió despedido en otra dirección, y estuvo a punto de caerse definitivamente. ¿Qué era aquel extraño impulso que le obligaba a ir hacia... dónde?
Pero, en aquel momento, se produjo el terremoto más grande de todos; el suelo pareció levantarse bajo sus pies, le sacudió y acabó cayendo de espaldas mirando a un cielo monstruoso en el que repentinamente apareció con brillantes letras rojas una palabra. La palabra era FALTA y, mientras la miraba, las demás luces empezaron a titilar, las campanas dejaron de sonar y allí terminó todo.


FIN

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